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Oppressed by the figures of beauty

The Neon Demon me recuerda a Map to the Stars, Suspiria, Karate Kid y, sobre todo, Showgirls. No hay ninguna boutade en mis palabras, ni pretendo epatar a nadie con asociaciones ingeniosas, con referencias inesperadas. Todas esas películas, más Blade Runner, Mulholland Drive y cualquier libro de Bret Easton Ellis, me vienen a la cabeza después de ver la última película de Nicolas Winding Refn. Y las palabras de Leonard Cohen que utilizo como título describen muy bien el sentimiento central de la película. 

Con un despliegue visual deslumbrante, muy deudor del giallo italiano, y con una historia de cómo el entorno hostil deglute sin piedad a la pieza inocente que llega nueva a formar parte, sin saberlo, de esa devoradora maquinaria capitalista, la película oscila entre lo admirable y lo fallido. El despliegue visual es obra de un estilista mayor, y la maquinaria que menciono es la obsesión lucrativa que rige los vesánicos códigos de conducta de esas altas esferas. 

Lo admirable de la película está en la representación de la sordidez contemporánea y de la cultura de la inmediatez que la promueve, simbolizada aquí por el mundo de la moda y por todas las envidias, superficialidades y crueldades que se derivan de su imparable mecánica interna. Está en cómo usa la cámara para representar esa sordidez. La apertura de la película, con sus colores y su música, nos da el tono tanto de la historia como de la atmósfera del submundo de intereses equivocados en que se desarrolla. Aunque no arrasa con tus emociones como sí lo hace Map to the Stars, de Cronenberg, la película de Refn te sumerge en un entorno depredador: las arpías menos jóvenes se conjuran contra la aspirante a reina de la moda, y esa sordidez la vemos espejeada en un diseño de producción aséptico y de composición simétrica, como en Kubrick, en los colores chillones y fríos, en el brillo gélido como en Argento, en Bava o en Fulci. Es una película de planos cerrados, asfixiantes, y de lentos, uno diría que felinos, movimientos de cámara. La suma de todo ello es el acierto mayor de la película.

Otro de los aciertos de la película es lo que Quim Casas, en su crítica de El Periódico, ha llamado su "fractura con la realidad: un puma en la habitación de hotel o la joven que maquilla indistintamente modelos y cadáveres". Incidiendo más en ello, es decir, torciendo un poco más la realidad, podría haber eviscerado mejor -que no más- el horror de la competitividad homicida de esos mundos. La película hubiera podido ser más sugerente, más visualmente estimulante y más polisémica, virtudes todas de las que carece. 

Elle Fanning, como Elizabeth Berkeley en Showgirls, llega a Los Ángeles con la cabeza llena de pájaros, aunque con menos inocencia de lo que podríamos presuponer. Como Ralph Macchio en Karate Kid, tiene que cimentar los primeros pasos de su vocación en un entorno nuevo y hostil. Es huérfana, tres años más joven de lo que le conviene, se hospeda en un motel y acaba de conocer a un chico que la cuida, que le trae flores y se preocupa por ella. Las otras aspirantes, una de las cuales canta las glorias de la cirugía estética, de esa belleza a la carta de la que -cree- se beneficia, la acogen con frialdad, y pronto ve que nada es lo que parece. (Los espectadores sí vemos que todo es lo que parece). No hay un gran desarrollo de los personajes a partir de aquí. Es normal: esos tópicos los condenan de antemano. 

Lo fallido, lo cutre, está en la pobreza de sus metáforas. Pobreza que es doble: visual, por cutre, como la escena de la necrofilia lésbica, y por poco sutil, como la escena en la que una modelo, después de ser destronada y humillada ante sus rivales, ante sus competidoras, se mira luego en el espejo, le arroja una papelera y lo destroza. Lo que veo en el espejo no me gusta, así que lo rompo; después, entra la protagonista, la joven promesa del mundo de la moda, y sin querer se corta con uno de los pedazos del espejo. Ojo: que en este mundo te puedes hacer daño, nos dicen. Pero ella, cuando desfila sobre esa pasarela onírica, en un plano cerrado pero infinito, besa a los espejos que la rodean. Le gusta lo que ve y lo que ve está multiplicado. Es todo tan simple que te desvía de los aciertos visuales de un director quizá menos elegante que James Wan en su representación del horror, pero más atrevido en sus temas y en sus historias. 

Por otra parte, que la maquilladora alterne su trabajo con las modelos con su trabajo, imagino que nocturno, maquillando cadáveres en una morgue, es tan poco casual como sutil. No hay sofisticación alguna en esa analogía. Tampoco la hay en la inesperada debilidad antropófaga de las jóvenes desplazadas, y menos aún en la escena del ojo como aperitivo. Si el neófito me desplaza, me lo como. Literalmente. Muy burdo. Como se ve, no hay una correlación artística entre la fuerza de su estilo y el significado de sus metáforas. 

También he estado pensando qué aporta, al conjunto de la obra, el personaje de Keanu Reeves, y no llego a ninguna conclusión. Se me ocurre que está ahí para reconocer los peligros del típico matón de barrio, que sin duda existen y sin duda acechan a cualquiera, pero como contrapunto menor del gran mal que asola a toda aquella juventud que tenga vocación de modelo o de estrella de cine, tanto da. Él representa el mal cotidiano, el que nos queda más cerca, y la industria representa ese mal intangible que pende sobre nosotros. Todo su papel es un subrayado más de la película. 

Así como Showgirls era ridícula y tenía unos diálogos y unas escenas bochornosas, The Neon Demon es (algo más) inteligente y contiene diálogos pausados, reflexivos, y alguna que otra intervención estelar. Muy bien. Pero la de Verhoeven iba mucho más lejos, era más exagerada, se tomaba menos en serio a sí misma, y la sordidez de ese mundo quedaba grabada en la mente con mayor fiereza que en la última película de Refn, que, aunque no lo parezca, me ha gustado. Estoy de acuerdo con ella y tiene algunos momentos impactantes, un despliegue visual muy audaz, con el contraste continuo entre los fondos, los colores y la composición tan fría, pero se ve lastrada por una imaginería metafóricamente muy pobre, muy pedestre y empobrecedora. Imagino que ante un público muy crítico defendería sus audaces aciertos visuales, pero, ante uno que se rindiera ante sus imágenes, destacaría sus torpezas, su continua incursión en lo explícito, en lo nada sutil (empezando por el propio título de la película). Pero ante la página en blanco y pese a que le concedo todos sus aciertos, digo ahora que The Neon Demon es una Karate Kid con final trunco, una Showgirls con las cejas enarcadas. 

Comentarios

  1. Windign Refn hace un tipo de erudición para tiempos de cine post-erudito, hace de Suspiria un texto académico, de Showgirls un modelo riguroso.

    Es decir, no se ha enterado de nada y al mismo tiempo ha entendido perfectamente que ha emergido una figura de espectador que será sensible a sus epatantes tonterías.

    Me quedo, como tú, con Showgirls.

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