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Los dos objetivos de una sola escena

Una de las escenas que más me gustan del cine de los años 70 pertenece a Tiburón, de Steven Spielberg, que seguramente es su mejor película junto con Encuentros en la tercera fase. Resumen:

Roy Scheider, Robert Shaw y Richard Dreyfuss están en el barco, en plena sobremesa -deducimos por el palillo que cuelga de los labios de Shaw- contándose pequeñas batallitas. Compiten, con una actitud despreocupada y algo adolescente, por saber quién tiene la cicatriz más heroica. Scheider los mira en silencio.

La escena cumple una doble función. Por una parte vemos que el ambiente es distendido, los personajes se ríen y por un momento se olvidan del motivo que los tiene ahí reunidos, perdidos en alta mar en un barco viejo que pronto resultará demasiado pequeño y que provocará una de esas frases míticas que nos ha dejado el cine: "You're gonna need a bigger boat".  Dreyfuss y Shaw han superado sus diferencias. El ambiente agradable, sumado a unas copitas de no sabemos qué, hacen que Scheider se olvide poco a poco de su miedo al mar. En cierto momento, Dreyffus se desabrocha los botones de la camisa, mostrando su pectoral izquierdo, comunicando a sus amigos, solemne, que no hay en ese barco mayor cicatriz que la que le dejó una chica en su juventud al romperle el corazón. Ese es el punto álgido de su alegría. Ya nadie tiene miedo y todo está bien. Nos hemos relajado. Scheider ya se siente cómodo, feliz de estar ahí. Nosotros también. Nos caen bien y acabamos de tener la sensación de haber estado en un bar con unos amigos.

Pero vuelve Shaw a contar una historia. Una historia terrible sobre su experiencia en la Segunda Guerra Mundial, cautivando a su público con el origen de sus pesadillas. Nos trae de nuevo la presencia del tiburón. La escena ya ha cumplido su papel de relajante muscular, por así decir, y Spielberg decide remontar y tejer minuto a minuto el clímax de la película, tensando y tensando el ambiente cada vez más, alimentando nuestro miedo. La historia -la experiencia de Shaw- tiene por protagonista al animal más temible en el escenario más temible: soldados mutilados por tiburones en plena guerra mundial. Las sonrisas plácidas y ligeramente ebrias de sus compañeros desaparecen. Ahora están admirados por estar ante un superviviente y horrorizados por saber de qué es capaz el animal que los tiene ahí reunidos. Aprenden de primera mano lo que les puede ocurrir de aquí nada. Spielberg nos prepara. Ya nos ha puesto nerviosos y expectantes.

En cuestión de minutos hemos cambiado. La escena nos relaja y nos hace reír. Después, llega el pavor. Nos distrae primero para luego volver con mayor énfasis al foco de nuestro miedo con un movimiento pendular. Es una escena clave en la película precisamente por eso. Pero sobre todo porque sirve de anticipo. De advertencia.

Acabada la historia de Shaw, cuando todos estamos fascinados, empiezan a notarse los primeros golpes, el agua removida, un silencio lleno de fantasmas. 

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