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Tantas cosas me lo dijeron todo

La fuga de Logan, Shock Waves, El gran miércoles, Los tres días del Cóndor (en parte), Alice, Sweet Alice, Klute y Agáchate, maldito son sólo unas pocas, de las muchas, películas olvidadas de los años setenta. Olvidadas por motivos que se me escapan. De no ser por Death Proof, Vanishing Point, seguramente, figuraría también en esa lista. Las grandes películas de esa década han eclipsado a las grandes películas de esa década. Borges dijo que, "virtualmente, Quevedo no es inferior a nadie". Lo mismo podemos decir de estas películas. Sin embargo, han quedado rezagadas en la carrera. Es algo que no entiendo. La interpretación, el guión, los diálogos, la fotografía, la dirección, todo es de primer nivel. Pero no nos acordamos de ellas.

Como decía antes, de no ser por Tarantino nadie sabría de Vanishing Point. Los puntos en común que tiene con Death Proof son dos: los vastísimos paisajes, casi ilimitados, vistos bajo mucho sol y cielos despejados, y el coche: el Dodge Challenger del 70. Nada más. Donde la de Tarantino es una historia del cazador cazado, la película de Richard Sarafian es un canto a la rebelión. Un antiguo policía conduce de Colorado a San Francisco. Poco a poco, mediante breves flashbacks, vamos conociendo el pasado del protagonista. Minuto a minuto vemos que la película es un canto a la libertad, a la desobediencia, a la valentía, a la acracia, a la individualidad emancipadora. Kowalski es un héroe no porque conduzca como el diablo, sino porque es valiente y no se arruga y sigue, sigue y sigue. 

En este sentido, es una de las películas más afines a su tiempo que recuerdo haber visto; una de las más representativas del espíritu colectivo de los años sesenta y setenta. Kowalski simboliza toda una generación. Pero sin cursilerías ni carpe diems mal entendidos. Al contrario, la película es condenadamente triste.

Formalmente, a destacar, yo diría, la velocidad a la que se mueve la cámara. Hay planos fijos y tomas en las que la cámara se mueve lentamente, claro, pero cuando se acaba la película tenemos la sensación de haber viajado en un bólido; la cámara siempre en carrera, haciéndonos partícipes de la huida hacia adelante del personaje. Nosotros somos Kowalski.

Imagino que los entusiastas de la velocidad y los coches y las motos se entusiasmarán con esta película. Los que no tenemos ni idea de conducir también. Porque lo importante no es el coche, sino la personalidad y el pasado y la soledad triste del protagonista, que nos cautivan. También el DJ ciego que, desde su solitaria estación radiofónica, narra la huida de Kowalski, su fuga, a través de un sintonizador pirata que retransmite los informes de la policía, la inflexible y lerda policía que intenta, patosamente, darle caza, por motivos tan poco convincentes como los que pueda tener el hecho de que estas películas, hoy, no se vean.

En fin: una espléndida película setentera y veraniega para disfrutar cualquier día del año, pero especialmente recomendable para estos días tan fríos y cortos de invierno.

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