Javier Cercas: un narrador desgajado
No habrá sido fácil
escribir este libro. Javier Cercas llevaba años enfrentándose a esa herencia incómoda, a ese legado que le avergonzaba. Recuerdo un artículo suyo de 2010 en el que mencionaba el
caso de su tío abuelo falangista. Días después, Jorge Riechmann respondía con otro artículo donde cuestionaba algunas de las conclusiones a las que llegaba Cercas.
El intercambio se cerró con una respuesta de Cercas, algo despectiva, a la
respuesta de Riechmann. El monarca de las sombras, su último libro, es el fruto de esas obsesiones, otro paso al frente en su carrera y, uno diría, en su intención de redefinir el concepto de novela.
El tío abuelo de Javier
Cercas, Manuel Mena, murió en la batalla del Ebro a los diecinueve años. Mena simboliza o simbolizaba para Cercas “el deshonor de [sus] antepasados”, como él mismo dice en la página 22. El libro es el resultado de la investigación, o, de hecho, la
investigación misma, de la vida de Manuel Mena. También es la prueba de que, si hay alguien hurgando en los límites de la novela, en las posibilidades expresivas que ofrece el violentar ese marco llamado novela, ese es, como ya digo, Javier Cercas.
Hay una novedad en El monarca de las sombras con respecto a
la producción anterior de Cercas. Los capítulos impares están narrados por un
narrador llamado Javi Cercas: ahí vemos autoficción, reflexión sobre el proceso
de gestación y escritura del libro, conversaciones con sus amigos sobre la obra. Es el novelista. Los pares, en
cambio, y aquí está la novedad, están narrados por un narrador desgajado: vemos
Historia, historia militar, periodismo de investigación, ensayo. Es un narrador
que, innominado, se aparta del tronco central de la novela, coge perspectiva y convierte a Javi Cercas en un personaje más de la historia para que podamos
creer lo que dice y para ensalzar el carácter documental que se autoimpone el libro. En alguno de los artículos periodísticos intercalados en
la novela hay fallos que este narrador, que no sabemos quién es pero que no es
impersonal, señala y corrige. Es el historiador. El que no se permite recrear con
ficciones los huecos que el olvido, inevitablemente, ha ido dejando en la
historia que el novelista quiere contar. La presencia de ese narrador es la plasmación literaria de un escepticismo y de un distanciamiento del pasado que hace que la historia nos llegue, desde una perspectiva doble, con toda su complejidad y desde distintos pero complementarios puntos de vista.
El extremo rigor con que narra los capítulos pares parece sacado de las intenciones o incluso del código deontológico de un historiador profesional. Con su habitual tendencia a dilatar los márgenes de la novela, Cercas ha dado un paso más en su poética como escritor, desdoblándose, como dice él, para abarcar todas las ramificaciones de su obsesión hasta acabar incluyéndose a sí mismo y a su familia y amigos. (El único reproche a este recurso es que Cercas, el novelista, lo explicita, acaso innecesariamente, en la página 273).
El extremo rigor con que narra los capítulos pares parece sacado de las intenciones o incluso del código deontológico de un historiador profesional. Con su habitual tendencia a dilatar los márgenes de la novela, Cercas ha dado un paso más en su poética como escritor, desdoblándose, como dice él, para abarcar todas las ramificaciones de su obsesión hasta acabar incluyéndose a sí mismo y a su familia y amigos. (El único reproche a este recurso es que Cercas, el novelista, lo explicita, acaso innecesariamente, en la página 273).
Hace tiempo que leo a
Cercas, y desde Soldados, pero sobre
todo desde Anatomía, me fijo en el dominio aventajado que tiene de la frase larga. En la frase larga de Cercas, por
larga que sea, por cimbreante y digresiva y creciente que sea, nunca pierdes
el referente. La prosa de
Cercas está depurada de comas innecesarias y, en cambio, es prolija en punto y
comas, en los dos puntos que preceden a una enumeración, en concatenaciones
rítmicas. Pero tampoco estamos ante la densidad laberíntica del Benet más
impenetrable; la frase de Cercas es diáfana. Y si me detengo en la
descripción de sus frases, si menciono ese mérito de su prosa, es porque gracias a ellas
consigue el efecto cautivador, de absorbente lectura, que tienen sus novelas.
Uno se sumerge en sus libros, en medio de esas frases ondulantes, y cuesta
dejarlos, cuesta subir a la superficie porque esa frase larga, calculada, es lo que te lleva a leer tan rápido.
Pero, pese a que, como dice el historiador, a veces se ven algunos "énfasis
sentimentales" en su obra, la contención expresiva, la parquedad y la sobriedad
son los rasgos distintivos de su estilo. Sí, Cercas puede ser algo cursi. Bueno. Ya
está bien que se atreva. Escribir sobre la heroicidad tiene sus riesgos, y no
todo el mundo los asume como él.
También asume una complicidad como narrador que no todo el mundo, una vez más, estaría dispuesto a asumir. Como en El impostor, el narrador es inclusivo:
sus parientes y amigos participan en la búsqueda de la verdad histórica, en el viaje al pasado de
su familia y al interior de sí mismo (verdadero tema del libro). Contribuyen a estructurar el pensamiento y
la actitud del narrador. Las teselas colaterales que surgen en su investigación, gracias a esa pluralidad, contribuyen a dibujar un panorama más detallado de todo el contexto histórico,
a acercarse con más definición a la complejidad de unos hechos muy difíciles de
discernir después de tantas décadas. Consigue hacer, de algo que podría parecer carca, algo trepidante, colectivo.
Es de elogiar su
intento de escribir lo más cerca posible de una
objetividad inalcanzable. Me refiero al cuestionamiento a la
fiabilidad de los datos, y al hecho de que construya una voz narrativa coral. Descree de las voces únicas y del poder de lo objetivo. No es todo tan sencillo, vemos. El relato así se va bifurcando, gracias a ese narrador desgajado, y el resultado es que la dimensión
de su tarea se agranda a medida que descubre los hechos que rodearon la vida de
su tío abuelo. La intención primera evoluciona hasta multiplicarse en algo
nuevo, más complejo y con más implicaciones. De repente ya no indaga solo
sobre Manuel Mena, sino sobre sus compañeros de clase en el colegio, sus
maestros y convecinos. Manuel Mena es la tesela de un mosaico que Cercas desconocía.
El tema del héroe, como
en casi todo Cercas, está aquí presente como uno de los motores principales de la novela. El movimiento respecto al héroe se da,
en esta ocasión, en sentido contrario al que se daba en El impostor: ya no va del supuesto héroe a la persona miserable que
se agazapa detrás, sino desde la persona supuestamente miserable que, despojado
de su leyenda, se acerca a la heroicidad (con todos los matices tenidos en
cuenta). Las conclusiones a las que llega el narrador sobre su tío abuelo están
matizadas, y sabe entender a su personaje: no lo juzga ni reprende. Como personaje
literario, Manuel Mena es, para mí, un logro más completo que Enric Marco: a
medida que se definen su pasado y su personalidad, sus circunstancias y su legado, uno vuelve a la página 24,
donde está su foto, a proyectar sobre ella la nueva información que el narrador ha ido dosificando, y cada regreso a la imagen está influido por un enfoque nuevo del personaje. (Por otra parte, la evolución ideológica de Manuel Mena, a la que en parte me refiero aquí, imagino que
fue extendida entre los combatientes más bregados de la guerra).
Se suele decir que las preguntas son siempre más importantes que las respuestas, y cuando, en sus libros, hay respuestas, siempre son matizadas, objetables, quebradizas. Javier Cercas planta preguntas en medio de la narración, como en la página 129, donde se replantea sus propios juicios, y pone en boca de David Trueba, en la página 131, palabras muy suyas sobre la ambigüedad de las novelas que también tienen relación con la naturaleza poliédrica de las preguntas, con el enfoque desgajado de la novela. Para él son el estímulo que le impulsa a escribir. Esa constante está en El monarca de las sombras igual que en las anteriores novelas de Cercas. Sus preguntas asustan. Gracias a ellas ha explorado un territorio intransitado, y ha encontrado la técnica -el nuevo paso al frente que mencionaba al inicio de esta nota- que le permite afrontar sus preguntas.
Se suele decir que las preguntas son siempre más importantes que las respuestas, y cuando, en sus libros, hay respuestas, siempre son matizadas, objetables, quebradizas. Javier Cercas planta preguntas en medio de la narración, como en la página 129, donde se replantea sus propios juicios, y pone en boca de David Trueba, en la página 131, palabras muy suyas sobre la ambigüedad de las novelas que también tienen relación con la naturaleza poliédrica de las preguntas, con el enfoque desgajado de la novela. Para él son el estímulo que le impulsa a escribir. Esa constante está en El monarca de las sombras igual que en las anteriores novelas de Cercas. Sus preguntas asustan. Gracias a ellas ha explorado un territorio intransitado, y ha encontrado la técnica -el nuevo paso al frente que mencionaba al inicio de esta nota- que le permite afrontar sus preguntas.
Por otra parte, sorprenderá, quizás, si digo que Cercas hace de Manuel Mena
un personaje vivo, que sobresale de las páginas, porque personaje, lo que se dice personaje, en el sentido de parte ficcional de una obra, no es. Mena existió. Pero existe y forma parte de la literatura de la misma manera que existe el padre de Kafka como personaje literario del siglo XX gracias a los diarios de su hijo. Ha entendido a su tío abuelo, y, hecho esto, lo ha recreado literariamente. Con todo lo que ello conlleva. Se ha atrevido a mirarse al espejo y lo que ha visto
es El monarca de las sombras, un libro que es muchos libros y todos ellos evidencian que estamos ante un escritor mayor, y quizá ante el más arriesgado de nuestro tiempo.
Comentarios
Publicar un comentario