Miscelánea: Alcàsser y el cine español
Los medios en el caso Alcàsser
Es delicado escribir
unas palabras sobre El caso Alcàsser.
Los padres de las niñas aún viven, las amigas y el entorno inmediato de las
familias están ahí, y empezar a escribir sobre unos hechos tan exageradamente
macabros puede hacernos caer en la indolencia, en una involuntaria
insensibilidad. Primera serie española producida por Netflix, dirigida por León
Siminiani y orquestada en torno a un triple asesinato, cruento y perverso, que
se puede considerar nuestro caso Manson particular por el seguimiento mediático
que tuvo y por la dedicación a la barbarie de los asesinos, El caso Alcàsser no es, pese a ello,
un thriller con base real a la manera de Zodiac
o Mindhunter ni un documental sobre
la crónica negra de los sucesos hispanos como el sobresaliente El asesino de Pedralbes, no; la serie es un
análisis increíblemente incisivo sobre el papel de los medios en la vida
pública, sobre su comportamiento, sobre sus intenciones secretas. No es menos
inocente la tele que los asesinos, vemos. Algo que Rafael Sánchez Ferlosio ya
advirtió en su momento, en algunos textos recopilados en Qwertyuiop, el cuarto volumen de sus ensayos completos: vemos en el
pseudoperiodismo televisivo un “sañudo recrearse en las desgracias” “para
arrancar, mediante acoso de preguntas, reacciones verbales”, como se ve en el
segundo capítulo de la serie, con ese “imperativo de la visualidad, que
privilegia lo visible frente a lo relevante”. Todo eso está ahí, multiplicado.
El primer capítulo es
introductorio: vemos a las amigas, a sus familias y su pueblo valenciano, sus
planes para la noche de su desaparición. Las primeras preocupaciones, la
angustia que no para de aumentar. Y luego cómo la prensa escrita, primero, y la
televisión, después, se apropian del caso, lo difunden para conseguir más
información y para estimular la participación ciudadana en un caso que, como
todos al principio, era difícil de explicar y de entender. Todo es ayuda. Las
peticiones de socorro llegarán más lejos a través de los medios. Pero luego
llegan los platós de televisión, los intereses y las preguntas repugnantes que
sólo quieren alimentar, y alimentarse, del morbo del dolor ajeno. ¿Crees que lo
superarás? ¿Qué sientes? Las cámaras de televisión se metieron en casa de los
padres de una de las chicas en el momento en que se veían, por primera vez, después de haberse confirmado la muerte de las tres amigas. Las cámaras y los
micrófonos rodeaban a la pareja rota como buitres. Como una sucia manada de
lobos hambrientos que se aprovechan del sufrimiento ajeno y todo el espectáculo
de llantos, gritos y amenazas que se derivan de ese sufrimiento sólo para tener
más cuota de pantalla. Esa es la clave de esta serie.
Thriller y terror español
Viendo Lo que vale un peine, el documental de
Rosa Salido Serrano sobre el desprestigio intramuros del cine español, he
reparado en dos cosas: uno, el montaje a veces cercena demasiado pronto la
intervención de algunos de los entrevistados, que no son pocos, para crear un
significado ulterior más propiedad de la directora que de la persona
entrevistada, y, dos, el productor Gervasio Iglesias menciona algo importante
que me parece cierto, y es que el cine español de terror y el thriller tienen,
o están teniendo, un reconocimiento internacional que no tienen en España. Me
gustaría añadir que son, quizá, los terrenos donde se están produciendo los títulos
mejores de nuestro cine.
En la reciente comedia española tenemos desastres como Ocho apellidos vascos, Ocho apellidos catalanes, Cuerpo de élite o Es por tu bien. No se ve un gran esfuerzo detrás de estas películas, ni se percibe la intención de ensanchar los márgenes de la comedia. No tienen demasiada personalidad ni gracia.
Ahora bien, luego está
el thriller político de estos últimos, no sé, 10 o 15 años. Desde Celda 211 hasta ahora. Algunos ejemplos:
La isla mínima, Tarde para la ira, El
niño, Grupo 7, Que Dios nos perdone, El reino, Cien años de perdón, El
desconocido, La noche de los girasoles, No habrá paz para los malvados. Lo que tiene de thriller y lo
que tiene de radiografía de la realidad político social del país es sólo parte de su valor. Aprenden la
lección de Fincher, adaptándola a nuestra realidad.
Y el cine de terror
español tiene sus raíces en los años sesenta y setenta. Surgen títulos que son
claramente de terror, pero sin mimetizar el cine americano, que es uno de los
temas más comentados del documental de Salido Serrano.
Por un lado, el
thriller ha explicado las miserias políticas y el sufrimiento social de nuestro
país con unas películas enérgicas imbuidas de una garra que ha sabido canalizar
esa rabia y esa impotencia con el ritmo que le corresponde. Por otro lado, el
cine de terror español actual ha sabido aunar la personalidad múltiple y
cambiante del género, ha conseguido, efectivamente, dar miedo, ejercer su papel
de azote moral y crítica social, y además ha conseguido algo que parece
paradójico tratándose de películas de género hechas en España, que es parecer españolas.
Pienso en Verónica, en la saga de Rec, o No dormirás.
(Lo preocupante de este
documental es las pocas, poquísimas reseñas que le han dedicado en Internet.
Como la calidad real del cine español, ha pasado desapercibido).
Se puede hablar de un
nuevo cine de terror español, sin duda, pero no de un nuevo thriller español,
porque ese supuesto thriller clásico respecto del cual el nuestro de ahora
sería nuevo, no existe. Hay ejemplos notables en los noventa, pero no hay un
corpus asentado como en el cine de terror, que, con un despliegue de nombres
como Jess Franco, Jorge Grau, Amando de Osorio, Romero Marchent, Ibáñez
Serrador o Eugenio Martín, sí tiene una entidad y un peso como para ser
precursor del nuevo cine de terror actual.
Dos géneros con o sin
raíces, que están despuntando en el cine actual, reverdeciéndolo.
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