La purga de Javier Cercas
Cuando estalló el caso Enric Marco, es decir, cuando al fin se supo
que jamás había estado preso en un campo de concentración, la reacción global, instintiva,
fue la de la decepción. Una decepción indignada. Marco, hábil manipulador
necesitado de afecto, había logrado engañar a todo el mundo con su falsa
vivencia heroica de los campos nazis hasta el punto de presidir la Amical de
Mauthausen. Ante la tesitura de entenderle o juzgarle, todos en su momento optamos
por la segunda. Pasados casi diez años, Javier Cercas, con paciencia, con
espíritu conciliador (y métodos detectivescos), ha ido indagando en
el personaje hasta llegar a esclarecer los puntos opacos, falseados, de su
autoproclamada vida de película. La actitud de Cercas frente al personaje, transigente y
predispuesta a la autocrítica, evoluciona a lo largo de El impostor. (Al fin y al cabo, nosotros también nos construimos un
personaje público. Menos sofisticado, menos acaparador, menos interesado y menos grave que el de Enric Marco, pero igualmente ficticio y
tergiversador. Las redes sociales fomentan esas sutiles distorsiones de la
realidad).
Cercas ya lo
dice en el artículo que publicó en El País Semanal: en su libro hay biografía,
autobiografía, ensayo, historia, crónica, tempo thrilleriano y, en el fondo de
estas capas, una pregunta. Como también la había en el fondo de Soldados de
Salamina o Anatomía de un instante. Y el intento de resolverla es lo que mueve todo el engranaje narrativo. Es pues una novela que se inserta en el
modelo de Cervantes: la inmensa caja donde todo cabe. Tenemos reflexión sobre el
maridaje entre ficción y realidad, sobre la llamada novela sin ficción que es
El impostor y que también era Anatomía, sobre la memoria colectiva, sobre la
historia, tenemos crónica y ensayo, conjeturas y certezas. Todo cabe en esta novela sin ficción. Con ella, Cercas ya lleva escritos dos o tres de los mejores libros del siglo XXI. Ahí es nada.
Fascinado por
el personaje público, Cercas lleva a cabo una labor de documentación y de
investigación impresionante. Como ya hizo en Anatomía, arranca esas capas de
falsedades arraigadas hasta llegar a la verdad, vergonzosa y anodina. Enfrentarse
a la verdad es cosa jodida. Como dijo Emily Dickinson: “Not “Revelation”– ‘tis– that
waits, But our unfurnished eyes.” Lo que nos espera no es la Revelación,
sino nuestros ojos despojados. Eso es: enfrentarse a nuestros ojos que, desnudos, nos escrutan. En el caso de Marco: los
valores que quiso encarnar, la vida ejemplar, heroica, que con todo rigor (de
novelista) se inventó para sí mismo.
Llega Cercas a
comparar a Marco con Don Quijote. Exacto: en Marco coexisten Alonso Quijano –del
que abjura- y el heroico y legendario Don Quijote de la Mancha, que en este
caso es el mítico e indomable antifascista Enric Marco. Cercas se acerca
a su personaje –esquivo como pocos- desde todos los ángulos posibles. Desconcertado,
sufre toda una serie de reacciones ante un personaje que “es todo ficción”. Un
personaje al que “sus mentiras quizá le salvaron” de la “mediocre y vergonzante
realidad”. Lo que quiere Cercas es conocer al empequeñecido Alonso Quijano que se agazapa tras ese Don Quijote magnífico. Tampoco soslaya el importante papel de la prensa, que no indagó o no
quiso indagar en su momento en el pasado de Marco porque ya le interesaba un
personaje público de tal magnitud, de tal resonancia épica.
Pero Cercas
también tiene tiempo para sí mismo. En la imaginaria conversación que mantiene
con Marco en la novela, Cercas se autoinmola. Escrita con un lenguaje al rojo
vivo, se acusa de las mismas deshonestidades, de las mismas miserias que acusa
a Marco, de haberse aprovechado o, como mínimo, de haberse visto beneficiado
por el auge, a principios del siglo XXI, de la llamada memoria histórica. Como
si Cercas admitiese o confesase en este capítulo la convicción de que el éxito
unánime de Soldados se debiese más al
momento de ebullición social que pasaba por entonces el país por la memoria
histórica que al propio mérito literario de la novela. De ser, a su manera, un
impostor. También confiesa un oscuro caso relacionado con una pitonisa
gerundense que se identificó con la pitonisa que aparecía como pareja del
narrador en la novela. Ganó el juicio, nos dice. Llevaba cosas enquistadas dentro Javier Cercas
y las ha expulsado en esta conversación fantaseada, donde Marco le acusa de hacer
lo mismo que él. Como si interiorizara lo que dijo el poeta norteamericano Jim
Carroll en un duro verso de Void of
Course: “And I’ve done everything I’m accusing you of".
Quién sabe si
ha incluido esta ficticia diatriba contra sí mismo para encarar sus
remordimientos, para reconocer que, en tanto que escritor, también es un
inventor de sí mismo, un Enric Marco
socialmente aceptado; o quién sabe si la ha incluido solo para ahuyentar la
perversa sombra de Marco; o para, anticipándose, no ser comparado con él. Con este
capítulo expone Cercas sus debilidades con toda valentía. Esta parte, para
decirlo con palabras de Cela, es la purga de su corazón. La valiente y bonita
purga de su corazón.
Entrar a saco
en la vida de Enric Marco no está exento de riesgos: existe la tentación de
juzgarlo con dureza y sin matices; cabe también la posibilidad de descubrir que
uno se reviste de capas falsarias no muy diferentes a las que revistieron
durante tanto tiempo a Marco. Descubrir o interpretar que el éxito de uno se
debe a una compleja red de mentiras o medio verdades es descubrir que Enric
Marco no es un genio de la mentira, sino alguien muy parecido a nosotros. Yo no diría que
todos somos Enric Marco, pero sí diría que todos podemos llegar a ser Enric Marco.
Qué hubiéramos hecho nosotros en sus mismas circunstancias históricas,
políticas, sociales y personales? Ni idea.
Primo Levi
dice en Si esto es un hombre que
tratar de entender la barbarie es de algún
modo justificarla. Cercas no está de acuerdo. Yo tampoco. Entenderla es
el primer paso para evitarla en el futuro. Y Cercas no busca la respuesta
definitiva porque sabe que no existe, pero trata de entender lo que condujo a
un hombre a mentir con tanto descaro y con consecuencias tan heridoras para
tantas sensibilidades. Por qué haría algo así?
Para terminar,
un apunte. Leyendo el libro he tenido presente en cada página el ejemplo de
Jorge Semprún. Cercas se mueve como narrador de una manera muy sempruniana. Son narradores muy autoconscientes. La memoria y la historia colectiva están muy presentes en Semprún y
en Cercas, aunque la estructura de sus libros sea distinta. Y la memoria
individual en Semprún se funde, seguramente a su pesar, con el horror colectivo del
siglo XX; y Cercas, aunque no sea él quien encarne ese horror, escribe sobre
personajes que sí lo han vivido en primera persona (o, como Marco, dicen
haberlo vivido en primera persona). Ambos incorporan el pasado histórico al presente. En ambos, el pasado es el presente (Cercas lo argumenta bien en uno de sus excursos sobre el libro). También es difícil olvidarse de Semprún porque Semprún fue todo lo que no fue Marco.
Lo veo así: Jorge
Semprún y Enric Marco: anverso y reverso de una misma épica.
Ganas de leerlo!
ResponderEliminarTe gustará, Pablo.
ResponderEliminarSaludos!
Fantástico tu texto, Mario, fantástico. Las discusiones, cuando lea la novela, ya las tendremos en privado! Banegas
ResponderEliminarCuando tú digas.
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