Ellos también tropiezan
En la contraportada de Contacto,
la primera novela de Dennis Cooper, se previene: “es una obra deliberadamente
perturbadora y sin duda ofenderá a muchos lectores”. Me pareció, cuando lo leí,
un aviso adecuado para cualquier libro de Bret Easton Ellis o William
Burroughs, pero no conocía al autor, y la crítica me animó a comprarlo. Estuve
de acuerdo con el (se llama así, no me lo invento) Toronto’s Gay Paper,
ya que parecía un híbrido entre Menos que cero y Yonqui. También
como la de Easton Ellis, God Jr., la
última novela de Cooper, significa un giro brusco, un cambio inesperado en su
obra. Ya no abundan las frases cortas, la escritura rápida y fría, los
personajes perdidos en la droga, la inconsciente violencia de los jóvenes.
La
novela gira en torno a la muerte de Tommy, el protagonista e hijo del narrador,
que aparece sólo en boca de los personajes. De él conocemos sus tres pasiones
inamovibles: los canutos, un videojuego cuyo nombre no se especifica, y
Cristina Ricci. El sentimiento de culpa que Jim, el padre, sobrelleva como
puede, le mueve a cumplir el inquietante deseo de construir un edificio que
Tommy dibujaba obsesivamente, como Richard Dreyfuss y su montaña en Encuentros
en la tercera fase. Una construcción caótica, inverosímil, hace dudar a los
padres, y atribuyen la extraña invención a uno de los viajes alucinados del
hijo levemente drogadicto. Gracias a Mia, la novia de Tommy, averiguan que se
trata del plagio de una imagen de su videojuego favorito. No logran entender.
¿Qué hay en el edificio? Con la ayuda de un intérprete del “más allá”, los
padres contactan con su hijo, y descifran algunas de las “señales” que dejó
antes de morir, y así tratan de entender a Tommy.
La
tercera parte del libro se centra en el padre como jugador, como protagonista literal
del juego que cautivó a su hijo. El narrador se convierte en “nosotros”, es
decir, en Jim y el oso que dirige en pantalla desde el mando a distancia. Describe
el pequeño y colorido paisaje infantil
de un juego que mide la vida del oso en colmenas. El juego le sirve de vehículo
hacia el mundo familiar que ignoró en vida. Conoce a su hijo a través de un
videojuego.
Aunque me guste Dennis
Cooper, no consigue, para mí, crear un personaje creíble. Me cuesta creerme la
sinceridad de frases como “Quería que la muerte de Tommy durara para siempre”.
Sin pretender desvelar ningún secreto para los lectores, Jim fuma canutos constantemente,
y desprende indiferencia cuando asegura que siente culpa y dolor. La gestión de su dolor no es creíble. Y el final, como el de esta nota, tiene fisuras.
(Texto encontrado en un archivo que creía perdido. Se publicó en la revista Praga).
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