Conversación con Marc García en torno a la última de Tarantino
MA: Considero que Los odiosos ocho es el western americano
de Tarantino en la misma medida en que Django
desencadenado era el western europeo de Tarantino. Está más cerca de Río Bravo que de la (mal llamada) «Trilogía
del Dólar» de Sergio Leone. En puesta en escena e intenciones. En escenografía
y en la propia historia que cuenta. Deudora en su atmósfera de una película como
La cosa, de Carpenter, crea una
tensión entre los exteriores —ese clima agresivo y depredador— y los interiores,
no menos agresivos y depredadores, muy característica del cine de terror, de
las películas slasher ochenteras. La
apertura, con esas lentas tomas del crucifijo nevado, es una espectacular
puerta de entrada al mundo opresivo que nos espera, al pausado ritmo de la
historia. Son unas tomas lúgubres y premonitorias. ¿No ves una deliciosa ironía,
por otra parte, en el hecho de que el sheriff ignorante, paleto y descerebrado, se acabe haciendo amigo de Jackson? ¿No te parece que la película sirve de
bonito complemento a Django?
MG: Parece que
Tarantino declaró su voluntad de realizar tres wésterns: según él, era la cifra
mínima necesaria para que un cineasta pudiera decir que había llegado a dominar
el género. Por ahora, en cualquier caso, me da la sensación de que siempre se
ha acercado a él de manera esquinada, utilizándolo como marco referencial o
conjunto de coordenadas estéticas más que con una verdadera voluntad de
sumergirse en él por completo. Al fin y al cabo, una buena parte de la película
se enclavaría más claramente en el subgénero whodunit, en el que quizá sea el elemento más sorprendente,
identificable y novedoso de la película: Tarantino ha explorado un montón de
géneros populares, pero hubiera dicho que este en concreto era demasiado
amanerado y de salón para él. No me parece mal cómo lo usa, la verdad, y en
general no me parece en absoluto mal la película: en mi opinión, Tarantino no
ha hecho nunca una mala película, y creo que es físicamente incapaz de hacer
una; Los odiosos ocho es de notable
alto, y querría dejar eso sentado antes de seguir debatiendo al respecto. De
todos modos, y en cuanto a lo que dices de Django
desencadenado, creo que precisamente esa similitud a sus postulados es algo
que le juega en contra, y no a favor; y no solo a los postulados de Django, sino a los que ya quedaron
sentados en Malditos bastardos, y que
describe bien Jordi Costa en su crítica de la película en Neupic: estructura en capítulos, incluso cuando estos se antojan
algo arbitrarios (el uno y el dos podrían ser, por ejemplo, uno solo),
verbosidad creciente e inversamente proporcional a lo memorable de los
parlamentos, revisión heterodoxa y subversiva de la historia (insistiendo de
nuevo en la cuestión de las raíces históricas del racismo en América). Tal y
como yo lo veo, la repetición de esas constantes ha sido cada vez menos
creativa, sorprendente y vigorosa: creo que Los
odiosos ocho es a la vez la película más grandilocuente (la más
inesperadamente morosa, para empezar, la más hipertrofiada) y la más despojada
de Tarantino. Y esto último no solo se debe a requerimientos de guión, a ese
constreñimiento espacial y argumental que no deja de tener algo valeroso:
también al hecho de estar en buena medida despojada de humor, de momentos
musicales memorables, hasta del habitual esteticismo: más allá de ese plano
inicial que se va abriendo, y que, en efecto, me parece de lo más brillante
formalmente de la película, y me hacía augurar más tomas memorables; más allá
de algunos barridos raudos, de unos primeros planos bastante spaghetti western
y unos cuantos jugueteos estructurales que quería comentar más tarde, me parece
la película menos memorable formalmente de su autor, que incluso llega a incurrir en
decisiones manifiestamente feas: si en Django
desencadenado ya nos encontrábamos puntualmente con alguna cámara lenta de
lo más hortera, aquí se atreve Tarantino con un «sonido lento» cuyos propósitos
me temo que no son estrictamente cómicos.
En cuanto a la
sobrevenida amistad entre los personajes, fíjate que por casi primera vez en
Tarantino me pareció que la escena final se abocaría peligrosamente a los
terrenos de lo cursi si no fuese por esa réplica final de Chris Mannix que la
coloca en una zona de estimulante ambigüedad.
Una puntualización en
cuanto a la música: pese a que sigo defendiendo que es una de sus películas
menos memorables y brillantes en este terreno, sí hay algunos momentos que me
interesan al respecto, en particular aquellos en que se usa la música intradiegética
y no la extradiegética. Aquí, me parece que brilla la escena de «Silent Night»,
donde la canción ofrece un contrapunto de calma irónicamente engañosa que
modula musicalmente el monólogo que Samuel L. Jackson le dirige a Bruce Dern, y
también, aunque menos, la escena en que Jennifer Jason Leigh toca la guitarra,
que introduce a su vez un remanso de paz quebrado por un verso final imprevisto,
o, más que imprevisto (pues es bastante previsible), que supone un giro
respecto al desarrollo dramático de la escena. Incluso es divertida la nota
suelta que toca Bob y que, involuntariamente (para Bob; no para Tarantino),
suena como el colchón musical al que suele recurrirse para subrayar los énfasis
de intriga en muchas películas. Echo de menos, de todos modos, algún momento en
el que la música extradiegética brillase al nivel en que lo hacía, sin ir más
lejos, en la escena en que Mélanie Laurent se pinta los ojos al ritmo de «Cat
People (Putting Out the Fire)», de nuestro tan admirado como añorado David
Bowie, en Malditos bastardos, o en la
ya legendaria pelea en la nieve al ritmo de la versión latina de Santa
Esmeralda de «Don’t Let Me Be Misunderstood» en Kill Bill.
MA: Completamente de
acuerdo en que la intradiegética es aquí más decisiva, más significativa y
compleja que la extradiegética. Morricone, tal vez por sus desencuentros con
Tarantino (eso he leído), no ha brillado como en otras ocasiones (pienso aquí,
claro, en el binomio que formó con Leone). La pieza que interpreta Leigh con la
guitarra es un giro inesperado en la poética tarantiniana. Como también lo es
el «Silent Night» que mencionas. Echas de menos escenas agigantadas por la
música. Coqueto, has citado algunas, y, como no lo puedo resistir, haré lo
mismo. Símbolo (confeso) de su concepción especial del papel de la música en el
cine, del gancho que, gracias a ella, ha intentado insuflarle a su obra, el
tema «Misirlou» de Pulp Fiction, que
contiene toda la potencia expresiva tan cara a Tarantino, no ha tenido
parangón, yo creo, en su obra posterior. Esas notas fugaces, atropelladas, relampagueantes,
explotando en escena, son el ejemplo perfecto de la poética de la hibridación
de que ha hecho gala Tarantino desde su primera película.
MG: He leído, sí, esas
declaraciones de Morricone, que luego él mismo matizó con una voluntad
atenuadora solo parcialmente lograda, y también yo pensé que este no era uno de
sus mejores trabajos: es de un discreto rayano en la desaparición, lejos de la
garra y grandeza operística de algunos de sus mejores scores.
MA: Quiero apuntar que
sí he visto humor en esta película. Un humor menos visible o llamativo, pero
humor al cabo. Los gestos de Jackson, sus expresiones faciales, son el origen
de muchas carcajadas.
Dices que te parece la
película formalmente menos memorable de su autor, y entiendo lo que quieres
decir. De todos modos, el interior de la posada (o mercería, que es la
traducción literal de «haberdashery») está lleno de detalles, cargado de
elementos que solo iremos percibiendo en los revisionados. Reservoir Dogs es la película de Tarantino, seguramente por
presupuesto y por tratarse de la primera, más despojada y vaciada de detalles,
yo diría. No ha querido lucirse Tarantino en esta película, ni cargar las
tintas, pero está claro que, pese a ello y después de Malditos bastardos, se pueden ver manierismos reutilizados en
exceso en sus dos últimas películas, señal, creo, de una autoexigencia
acomodaticia: un autoguiño ya infalible como la inventada marca de tabaco Red
Apple me pareció forzado, por explícito, un poco como ver a Tarantino jugando a
ser Tarantino, como si estuviera rindiendo tributo a lo que en su momento fue
natural y que contribuyó a forjar un marchamo reconocido e influyente. Y el
humor, como decía, o al menos en la sala en la que vi la película, hacía reír a
carcajadas al público, sobre todo con los gestos faciales de Sam Jackson. No se
derivaba tanto del lenguaje usado, del absurdo, sino de las muecas estupefactas
de Jackson. Algo relativamente nuevo en el cine de Tarantino.
Por otra parte, lo que
decía de hacer tres wésterns lo veo como una boutade, simplemente. En ese
sentido le podríamos decir a Kubrick que para dejar una impronta duradera en la
ciencia ficción tendría que haber rodado varias películas más después de 2001. Y, después de que afirmara
Tarantino que le encantaban las comedias románticas, las llamadas rom coms, no me sorprende su incursión
en el whodunit. También Hans Landa,
el nazi interpretado por Christoph Waltz en Malditos
bastardos, tenía esa clara vocación y filiación detectivesca que también vemos,
aunque rebajada, en el personaje de Jackson. Esta película me parece seminal en
la obra posterior de Tarantino. La veo como su título bisagra. Aquí, en Los odiosos ocho, aparte de en esa
sagacidad del protagonista, he visto movimientos de cámara deudores de ella (como
el barrido que va de arriba a abajo hasta descubrirnos que, bajo el suelo, se
esconde Channing Tatum, como los refugiados en la apertura de Malditos).
Una de las tomas exteriores
de la posada parecía un homenaje directo a los exteriores árticos, irisados,
filmados por Carpenter en La cosa. El
homenaje está claro. El mismo Tarantino dijo que la tormenta de nieve hacía aquí
las veces de monstruo en las películas de monstruos, sitiando a los personajes
en un espacio reducido en el que surgen las tensiones, los recelos, el odio y
todo el espectro de emociones humanas exacerbadas por el aislamiento y el miedo.
Porque lo importante en esta película es el microcosmos que se crea en la
posada, son las conexiones y desconexiones emocionales que nacen entre los
personajes, entre el grupo de descastados que nunca llegará a nada. Sugiere el
propio Tarantino que la veamos como una película de monstruos (en la línea, imagino,
de su amada The Host). O como una película
postapocalíptica. Películas en las que la clave está en cómo interactúan, en
ver hasta dónde son capaces de llegar en una situación límite esos personajes
física y moralmente ajados.
En su crítica, Mikel
Zorrilla acusaba a la película de tramposa por ese bucle narrativo en el que se
nos muestra cómo han llegado ahí los visitantes primeros, por una parte, y cómo
las especulaciones de Jackson eran totalmente ciertas, por otra. Él solo decía
que era tramposo por el flashback, lo demás lo añado yo, aclaro. No he visto
trampa alguna en ese gesto.
Las acusaciones sobre
metraje excesivo o violencia gratuita son ya un punto de encuentro ineludible entre
los detractores de Quentin Tarantino. Quedan ahí y se regodean convencidos de
su supuesta y cacareada superioridad moral. Sí que tengo que decir, de todos
modos, que el tramo de la diligencia se me hizo algo lento. Creo que en este
sentido la película, por contradictorio que parezca, se va abriendo y
ensanchando.
Y es verdad que el
plano picado, agrandándose cada vez más, y la música y la carta declamada, son ingredientes
arriesgados para un final, pero este consigue esquivar el tono afectado o cursi
en que podría haberse hundido.
¿Qué opinas de ese bucle narrativo? ¿Lo ves, como yo, una manera de reforzar la inteligencia y la entereza del personaje de Jackson? ¿O lo ves algo tramposillo? (Digo entereza porque al final Jackson le recuerda al sheriff que Kurt Russell, por miserable que fuera, lo último que hizo en vida fue salvarle la vida.)
CONTINUARÁ...
Auguro una entrada oceánica. La seguiremos. Banegas.
ResponderEliminarNerviosos, quedamos a la espera de comentarios baneguiles de mayor alcance.
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