Si te comparo a un día de verano
A la nerviosa espera de
ver a Jason Statham partiéndole la cara –es un decir– al tiburón prehistórico
en Megalodón, tenemos la suerte de
paliar nuestras ansias de cine veraniego que transcurre en alta mar con el
estreno de Solo, del chileno Hugo
Stuven, película que, aparte de cumplir con los requisitos exigidos al subgénero por excelencia de la época estival, se cuenta entre las que le exigen
a su casi único protagonista una labor interpretativa fuera de lo común. Porque
está solo y él solo tiene que fabricarse sus emociones y sus reacciones, sin
nadie delante que le matice o haga de acicate. Lástima que no esté a la altura del reto.
En su reseña de Infierno azul para Espinof, Mikel Zorrilla se preguntaba
algo que no deja de tener sentido: “¿Qué
es preferible, que una película tenga un guion extraordinario pero un director
incompetente o un libreto para el olvido y un realizador que sepa exprimirlo al
máximo?”
La respuesta a esta pregunta es secundaria, pero sin duda nos plantea una
tesitura más frecuente de lo que pudiera parecer: la de esas películas que se
salvan por un guion que trasciende una dirección anodina, o las que se salvan por una dirección estilizada,
ejecutada con sensatez y voluntad de significado, que trasciende un mal guion. Es el caso de Solo, que está mucho mejor dirigida que interpretada o escrita. La película
se abre con unas tomas aéreas de la isla de Fuerteventura, gráciles y
acompasadas como el vuelo de las gaviotas que más tarde, por cierto, cobrarán un
protagonismo quizá demasiado deudor de Infierno
azul, la película veraniega que transcurre en alta mar de Jaume Collet-Serra. Veremos mucho plano cenital a lo largo de la película, con la
eficacia que tiene a la hora de encoger al ser humano en el contexto de una
naturaleza asediante. Mucho plano cenital y mucha toma aérea, agigantadora. Sin duda sabe lo que hace Hugo Stuven tras la cámara.
La apertura de la
película es majestuosa, como ya digo. Y contrasta con los planos que le siguen,
los de la línea narrativa principal: detalladísimos acercamientos a la arena de
la playa con la marea baja. Esa confrontación de los planos del inicio, ese
contraste entre lo lejano y lo cercano, prefigura las dos realidades paralelas
que convergen en el protagonista: su situación de supervivencia extrema y sus emociones
embotelladas. Planos abiertos con horizontes lejanos para la primera; primeros
planos inclusivos para las segundas. Todo está pensado con mucho detalle, salvo, insisto, el guion y unos diálogos sonrojantes.
Podemos rastrear
influencias de Náufrago, 127 horas y la ya mencionada Infierno azul en Solo. Coge elementos de todas ellas y le añade una carga
sentimental-cursi que no funciona. La imagen estilizada, los suaves movimientos
de cámara, la significativa diferencia de encuadres, la fotografía y hasta la
música –pese a algún momento edulcorante– hacen de Solo una película destacable en la cartelera de verano, sí, pero se
ve lastrada por unas pobres interpretaciones de Alain Hernández y de una Aura
Garrido que sentimos lejana. A Aura Garrido la vimos este año en la también
fallida El aviso, de Daniel
Calparsoro, pero ahí tenía un papel más importante, más complejo que aquí, y
pudo lucir talento en un registro más amplio de emociones. El guion de Solo es
como para apostar de nuevo por el cine mudo. Francamente.
De todos modos, y pese
a la dureza (y rudeza) de la penúltima frase del parrafito anterior, la
película se mantiene a flote por los momentos de supervivencia (que coinciden con
los momentos en que el protagonista, acuciado por la desesperante situación en
la que se encuentra, no puede hablar), por la delicadeza de las imágenes, y por
una cierta osadía en el terreno metafórico. Siempre se agradecen las películas
veraniegas que transcurren en alta mar. Aun las cursis y parcialmente fallidas,
como esta. Son una aportación llena de garra y aventura a esa estética del
verano entendido como educación sentimental ligada a nuestras infancias sin
colegio. Son apertura y riesgo y libertad traducida a imágenes de vivos
colores, planos muy abiertos que invitan a adentrarse en lo desconocido. El verano es una época de plenitud y necesita películas henchidas. No es casualidad que Shakespeare empezara
uno de sus más famosos sonetos preguntándose: “Shall I compare thee to a summer’s
day”.
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