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Entre amigos

The Iron Butterfly, el grupo de música rock de finales de los sesenta, tiene un nombre que podríamos adjudicarle cariñosamente al gran poeta Jorge Riechmann: él es la mariposa de hierro de nuestra poesía. Libro a libro lo vamos viendo: ha fundido poesía y ética en una voz personal e inquebrantable. Ese es el material del que están hechos sus libros.
            En ocasiones, sin embargo, la ética desplaza la poesía de la que sabemos, por otra parte, que es perfectamente capaz. En Poemas lisiados, su último libro publicado por La Oveja Roja, encontramos lo que ya vimos en El común de los mortales: a un poeta que cede demasiado terreno, a veces, a la ética. Gesto necesario, bienintencionado y refrescante, pero pernicioso para la poesía si no se mantiene el equilibrio. Si es, pues, irregular, lo digo por dos motivos: primero porque el regusto a poema demasiado simple, fácil (que no sencillo), empieza a no ser raro en su obra, y, segundo, porque leer su último libro es como reencontrarse con un viejo amigo (que no tiene nada realmente nuevo que contarte). Los que gustamos de su poesía sabemos lo que encontraremos; volveremos, una vez más, a leer al poeta que tanto nos gusta, pero ya sin la sorpresa de las primeras veces (en mi caso, El día que dejé de leer EL PAÍS y Muro sin inscripciones), y sin la admiración que nos despertó la singularidad de obras como Rengo Wrongo (de los mejores poemarios del siglo XXI), o Conversaciones entre alquimistas.



Vicente Luis Mora dejó escritas sobre Riechmann algunas cosas con las que siempre estoy de acuerdo: “La radicalidad de su planteamiento sólo es parangonable con su exigencia estética”, o “no sacrifica la estética por la ética”. Y así es. Pero, de todos modos, en algunas páginas de sus dos últimos libros no podemos afirmar lo anterior.  Algunos poemas nos dejan un regusto amargo: sabemos que el autor está dotado de un hondo calado poético capaz de abrir nuestros ojos, de hacer temblar nuestra emoción. Entonces, algunos poemas que no quiero citar están bien pero ya los hemos visto. Y los hemos visto sanos y fuertes en otras ocasiones. Hablo de algo parecido a lo que le pasa al (ya insalvable) Leopoldo María Panero.

Los poemas más cortos de este nuevo libro contienen más cantidad de poesía que los largos (que siguen siendo cortos). Lejos de las metáforas ilógicas, Riechmann escribe siempre con los pies en el suelo. La segunda parte de Poemas lisiados trata sobre el amor. Un amor siempre presente en su poesía: el amor por el ser humano y por el planeta en que surgió.

Como digo, que haya en este libro una carga ética intachable (al menos desde una perspectiva izquierdista y ecologista, como es el caso), no quita que la carga literaria se vea inevitablemente trastocada en algunos poemas. Que esos poemas –que prefiero no citar- estén llenos de razón y de un sentido común precioso y necesario, es una cosa; que funcionen como poesía es otra. Por muy de acuerdo que estemos con los poemas riechmannianos no podemos eludir una realidad: en sus últimos libros hay –me jode decirlo- goteras. ¿Por qué? Porque, como ya he dicho, aunque estemos de acuerdo con él, ya no hay nada nuevo en muchos casos (los hondos haikús de este libro tampoco son novedad), y porque a veces sus poemas se convierten en meros enunciados. No basta con estar de acuerdo con la voz de un gran poeta. Repito: me fastidia decir cosas parcialmente negativas de uno de los mejores poetas de este siglo XXI, pero me ha sorprendido leer tantas (no sé si siete u ocho) reseñas completamente elogiosas, que no tienen en cuenta el ritmo puntualmente bajo de algunos poemas donde la exigencia estética ha descendido. Sé que hay muchos poetas que no varían nada o casi nada de un libro a otro y sin embargo son excelentes, como Roger Wolfe o David González o Marcos Canteli, donde la variedad es menor que en Jesús Aguado, por ejemplo, que nos sorprende siempre con nuevos y luminosos quiebros en su voz, pero si no se mantiene el nivel de excelencia del que un autor es capaz, si “cedemos a la pereza” creativa (entrecomillo la frase porque es de Riechmann), entraremos de lleno en la dejadez. (Nadie mantiene siempre el mismo nivel de excelencia, claro; imagino que es prácticamente imposible ser regular en eso, pero me refiero a que, cuando se repite, de manera simplona, el poema informativo o de simple contraposición maniquea de dos realidades, el gesto del lector suele ser encogerse de hombros. Mala señal).

Así, aunque (a mi juicio) Riechmann no es tan potente en este libro como lo es en otros, basta leer poemas como el que empieza “En mis manos / apenas un leve rastro de tu aroma”, o la mayoría de los haikús, o el que empieza con la imagen de un avión pudriéndose en el frío lecho del Atlántico (que nos trae rápidamente a la cabeza el verso de Hart Crane: “El fondo del mar es cruel”). Si alguien ahí fuera no ha leído sus mejores libros, que imagine lo que es que a cada página le asalten perlas como estas. O como otras que no olvido como “los ya vacunados contra el papanatismo”, o la petición “sembrad jardines”, o la confesión: “Hay demasiado de mí en estos poemas”. No se olvidan estos versos.
            Bueno. Stanley Donen dijo que hacer cine está bien incluso cuando está mal. Y Bolaño dijo de Philip K. Dick que hasta cuando era malo, era bueno. Podríamos fundir las frases anteriores con la mariposa de hierro Jorge Riechmann en mente.

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