El libro dijo: Estoy aquí.
Narrada en tercera persona, la
novela Modern Baptists empieza, como esta
nota, in media res. Estructurada con una personalidad más convencional que
posmoderna, conocemos a los personajes por cómo interactúan entre ellos, por
sus decisiones y por sus diálogos, y no por la inmersión omnisciente del
narrador. Todo fluye con credibilidad. La prosa es ágil y hay una pátina de
oralidad en su escritura que la hace muy accesible, muy grata de leer y muy
creíble. James Wilcox, el autor, tiene un oído especial para el habla de las
gentes del sur. En una ocasión, cuando Pickens, el protagonista, le escribe una
carta a su padre, adapta los típicos errores sintácticos de alguien que no sabe
escribir. Ello ayuda a sumergirnos en un microcosmos sureño y popular. La carga
oral de su escritura y la psicología que infunde a sus personajes contribuye
con fuerza a dibujar ese panorama, a cincelar las idiosincrasias de sus
personajes. Todos los
personajes están dibujados o perfilados con una fuerte carga psicológica; aquí
vemos personajes con contradicciones y complejidades dignas de un autor que
sabe lo que hace, y que domina y entiende la esquiva naturaleza humana.
Resumen: F. X., el hermano de
Pickens, se instala con él al salir de la cárcel. Vienen de una familia
desestructurada y se llevan mal. F.X. es atlético y popular; Pickens es
circunspecto y canijo. Se pelean por una mujer. Pickens mantiene a su hermano.
Pierde su trabajo. Se busca otro. F. X. sigue viviendo de su hermano. Y todo
esto en un ambiente encapsulado, asfixiante.
El ambiente de trabajo en la
tienda donde Pickens está empleado, sus modestas obligaciones y las modestas
vivencias que en ella ocurren, recuerda, en perspectiva, al ambiente de las
tiendas retratado en películas como El
cazador (Michael Cimino), Silent
Night, Deadly Night (Chuck Selliers) o Clerks
(Kevin Smith). Que el de Modern Baptists es un
narrador atento al detalle lo sabemos bien pronto. Wilcox es un autor
tremendamente dotado de una capacidad de análisis de la realidad cotidiana.
(Sin que ello lo emparente con los narradores del llamado realismo sucio).
Uno
de los recursos narrativos que mejor domina Wilcox es la elipsis. Es el de esta
novela un narrador que va al grano, como cumpliendo el precepto vonnegutiano de
“Just give me the bare bones of your story”. Corta en seco lo que, en autores
como Franzen o Foster Wallace, serían largas digresiones. No se trata, pues, de
las elipsis de Isaac Asimov, que incluyen centurias de acción sobreentendida,
sino de breves elipsis que aceleran la narración, que evitan los meandros y
que, también, dejan sobreentendido lo no dicho, o, simplemente, prefieren no
tirar de hilos que otros autores, como digo, sí tirarían.
No
es El ruido y la furia, de Faulkner,
ni se acerca al sur lúgubre y gótico de los relatos de Carson McCullers: al
contrario, Wilcox huye de la solemnidad y hace una lectura crítica pero
afectuosa del Sur. Una lectura profundamente irónica. Los Baptistas modernos
desconocen las enseñanzas de su credo. Y viven o sobreviven como cualquier
otro ser. Así, el baptista moderno se erige en símbolo del hombre
contemporáneo: alguien escéptico y esencialmente desencantado. Han perdido la
fe porque el mundo que les rodea no es acorde a lo que se dice en el interior
de la iglesia, e intuyen que la Biblia fomenta lecturas literales que son
estrictamente absurdas. El peligro es evidente: hacer una interpretación
literal de un texto metafórico. Este libro es la mirada afectuosa e irónica del autor
sobre los pobres diablos (todos nosotros) que intentan sobrevivir y que no han
tenido oportunidades y que no tienen cultura (porque no han tenido la
oportunidad de tenerla) y que, básicamente, se llaman baptistas por una tradición
familiar de la que ya no les queda sino el nombre. Los baptistas modernos no van a
la iglesia porque cuando, por algún extraño motivo, deciden ir, se dan cuenta
de que cuestionan su credo. Y de que no se identifican con él.
En
la segunda parte de la novela se bifurca la historia. Las líneas argumentales (la nueva y la
que ya conocemos), avanzan en paralelo en un engranaje que no deja piezas
sueltas. Con naturalidad se entrecruzan las líneas. En la segunda parte es
cuando Pickens decide fundar una iglesia; se hace extensiva, está visión de la
religiosidad laxa, a su visión del sur (la del narrador).
En
esta parte también vemos una escena que se desarrolla progresivamente hasta
convertirse en comedia de enredo. Los sesgos vienen derivados de falsas
acusaciones, conclusiones precipitadas, personajes que no se escuchan y de un caos
generalizado que acaba derivando en una situación de divertido absurdo. El
sentido del humor en la novela es omnipresente. Sin embargo, éste se debe más a
la fresca oralidad de la escritura, y a que el autor consigue dar voz a personajes casi
al límite (un primo al límite puede ser gracioso).
Creo
que el final es uno de los grandes aciertos de la novela. A medio camino entre
el final abierto y el cerrado conclusivo, la novela aporta una brisa de
esperanza al protagonista (perdón por la cursilería). Todo, de nuevo, con el
comedimiento y el sentido común que a lo largo de la novela han propiciado el
aire de credibilidad general incluso en los momentos más rocambolescos.
Sin ser una obra maestra, la
novela es una lectura agradabilísima y muy bien escrita. Un poco por debajo de John Kennedy Toole, quizá, pero su lectura del Sur resulta estimulante (por
inesperada). No hace un juicio de valor: simplemente retrata con afecto el Sur
que ve y que mejor conoce.
El hecho de que sea una buena
novela (que lo es), que esté bien escrita (que lo está), que sus personajes
tengan un aura de credibilidad total (que la tienen), que tenga sus puntos
cómicos (que los tiene), y que esté avalada por gente como Harold Bloom, hará
que la novela, de antemano, tenga un público potencial más amplio que cualquier
otra (yo diría). Además, la relectura del Sur, como digo, es nueva, y los
narradores sureños no son desconocidos para el público lector español. Pide a
gritos una traducción.
Me has matado con el final. Me "convences" para comprarla, o al menos tenerla en cuenta, y al final, ¡zasca!.
ResponderEliminarSí, se tendría que traducir!
ResponderEliminarSaludos.