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Hay alguien detrás de ti

Siempre hay un precursor agazapado ahí detrás. Y, si hablamos de cierto cine de ciencia ficción, tendremos que admitir que la precursora directa de Inteligencia Artificial, de The Cabin in the Woods, de Blade Runner, de Terminator, es Westworld, de Michael Crichton, traducida al castellano como Almas de metal.

Resumen: en un futuro cercano, por mil dólares al día, uno puede escoger sus vacaciones de ensueño en un poblado del oeste, en uno medieval, o en la antigua Roma. Legiones de robots antropomórficos y unos decorados fieles a la realidad te retrotraen al tiempo escogido, sumergiéndote en esa fantasía añorada, infantil, donde al fin puedes disparar al malo de la película sabiendo que, como en los sueños, pese a lo real de la situación, nadie va a morir ni habrá dolor. Los dos protagonistas escogen el poblado western, y, como niños, empiezan a dar rienda suelta a todas sus ilusiones. Así pues, ciencia ficción y western espléndidamente entrelazados, amalgamados como agua en el agua (Borges). Dirigida y escrita por Michael Crichton, la película abusa un poco de la cámara lenta, sobre todo al principio, cosa que da una sensación, por un lado, de mayor dramatismo en los duelos, aún a sabiendas de que son fingidos por el mismo sistema fictivo en que se articulan, y por otro lado dan una sensación de ligereza cómica, más concordante con el mismo sistema fictivo en que se articulan. Cuando las cosas se empiezan a torcer, cuando el robot, interpretado por Yul Brynner, sin motivo alguno, decide atacar a los protagonistas, contradiciendo la naturaleza inocentona del poblado, vemos la pesadilla surgiendo de dentro del sueño. El contraste de los ocres arenosos del oeste con el blanco impoluto de los diseñadores de robots, sitos en el subsuelo del poblado, crea una confrontación entre los dos mundos cuyo único nexo es la mirada inexpresiva, metálica y fría, de Yul Brynner. Es en esos ojos donde se da cita la contradicción moral de estas vacaciones de lujo.

La mirada subjetiva del robot, volcado en su misión de matar, nos hace ser la máquina que persigue las manchitas pixeladas que su ordenador de abordo le indica que son un ser humano. Somos la máquina rebelada.

Las vacaciones aburguesadas se les van de las manos. El formato televisivo que abre y cierra la película no es casual, ni inocente. Precursora directa de películas impresionantes, a día de hoy Westworld no ha perdido nada de lo que en su momento tuvo, y perdura como la excelente, firme película que es.
Bloody Mama, de Roger Corman, es una road movie dolorosa y triste. Como ya dije hace tiempo, hay libros que revientan el concepto tradicional de familia. En esta película cormaniana vemos también esa imparable putrefacción del núcleo familiar. La muerte de Robert De Niro es solo una de las tantas muertes que salpican el metraje de Mamá sangrienta. El largo y violento tiroteo final, con un montaje desgarrador y tomas fugaces impregnadas de rojo, es lo mejor, junto con la película The Terror, que he visto de Corman. Rodada como siempre con bajo presupuesto, la fotografía áspera le da un aire de dureza a las imágenes, de rugosidad a los colores, que liga bien con el desarrollo decadente de la película. No es solo un sinfín de robos y atracos, de chantajes y secuestros. No es solo tiroteos y clímax final. Es algo más que todo eso.

La tercera y última película de este texto misceláneo (misceláneo como una ensaladita de pasta), no es Capricornio 1, ni Saturno 3, ni Matadero 5, sino Europa 1. Rodada como falso documental, la película nos muestra a un grupo de astronautas en dirección a Europa, una de las lunas heladas de Júpiter, con el objetivo de analizar el hielo de la superficie en busca de algún rastro indicador de vida bacteriológica. El predominio del plano medio confiere a la película un aire de cercanía documental, casi televisiva. Estamos en el interior de la nave compartiendo sus temores y su asombro. El director, Sebastián Cordero, le ha querido dar un aire de verosimilitud total y de cercanía al rodar la película desde las cámaras interiores de la nave. Así, percibimos la tensión de la Misión de Control en la Tierra, al perder la señal y recibir las imágenes entrecortadas, y nos relega al estatus de voyeur. Es cierto que la cámara en mano o el recurso narrativo del metraje encontrado no es nuevo, pero, como digo, aporta aquí una cualidad fílmica de inclusión en la historia, como si fuéramos partícipes culpables de la misión, que no se dan en otros casos. Bien aprendida la lección de Spielberg en Tiburón y la de Ridley Scott en Alien, la sorpresa final es que lo que aparece está insinuado y jamás veremos nada más específico que unas pocas imágenes temblorosas. Creo que le hacemos un flaco favor si la comparamos, como han hecho algunos, con Moon, de Duncan Jones. Esta es mejor y se aleja más de sus precursores que Moon, donde vemos que 2001, más que agazapada ahí detrás, está cómodamente sentada en el comedor. El elevado detallismo de los interiores de la nave y la nave en sí, con su (soportable) claustrofobia, sumado al muy conseguido terreno lunar, dan un aire de credibilidad superior a la media.

Posdata: uno de los actores de esta película es el protagonista de Distrito 9, que también salía en la fallida Elysium, ambas de Neil Blomkamp, y que tiene un nombre risueño y enternecedor: Sharlto Copley.

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