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Contradicciones sobre Javier Marías

Qué bonitos son los títulos (de Shakespeare) de Marías. Las primeras odas a Marías las leí, cómo no, en esa caja de sorpresas interminables que es Entre paréntesis, de Roberto Bolaño. Recuerdo con claridad que recomendaba por encima de todo la ópera prima de Javier Marías, pero es Mañana en la batalla piensa en mí sobre la que ahora quiero decir algo. 

Si tenemos fresca en la memoria la lectura de Corazón tan blanco, lo primero que destaca es que, en comparación, la escritura de Mañana en la batalla está más contenida o, si se prefiere, menos expandida. Corre rápida y libre la prosa de Marías y podríamos decir que aquí la frase larga y digresiva es en realidad una frase domesticada y consuetudinaria, al menos en comparación con la frase expandida, salvajemente dilatada, de Corazón tan blanco. Nada podemos hacer para resistir la fuerza de su escritura. (Lo único malo es que su prosa desprende a veces el inconfundible (e irritante) aroma de la pijedad. Esto lo vemos también y con mayor fiereza en sus artículos periodísticos, en sus puntuales quejas dominicales, en cualquier entrevista televisada que encontremos).

Escribe Marías por fogonazos, por impulsos narrativos que funcionan como compartimentos estancos que, interrelacionados, conforman el fresco general de sus novelas. Estos nodos de escritura son como cuentos de una historia mayor que se suceden hasta fundirse en el todo que es la novela. Aparte, Marías es lo que en inglés se llama un gran storyteller, un imbatible contador de historias que sabe intrigar a fondo al lector. Es también un narrador altamente reflexivo en el que abundan las teorías sobre las relaciones de pareja, sobre la enloquecedora contradicción de nuestros sentimientos, sobre cómo la ficción suplanta a la realidad. Se puede decir de sus narradores lo que dijo Roberto Juarroz de Octavio Paz: que transpiran pensamiento. La clave está en que se desprenden con naturalidad esas reflexiones, que están hábilmente entretejidas en el acontecer principal de la novela.

Y qué importante es el azar, también, en este libro. La muerte inesperada, repentina y súbita de Marta Téllez, que es el casi desconocido romance del narrador, es la chispa que enciende todo el engranaje narrativo. En otras palabras: sin el azar absoluto de esa muerte no habría novela. Aquí es donde, enquistada, me asalta la contradicción principal que siento por Marías: hay momentos en los que le leo y no le creo. Me resulta muy difícil de creer que alguien muera así, sin más (aunque está claro que es algo que puede pasar y pasa), y no entiendo el porqué de esa muerte ni, lo que es peor, la actitud del narrador ante esa muerte.

Ejemplo:  le deja un plato de comida en la cocina al niño de dos años para que, cuando se despierte por la mañana, desamparado y huérfano de madre, al menos pueda tener algo que llevarse a la boca. No lo veo, la verdad. Tampoco me creo, bajo ningún concepto, que el narrador sea incapaz de reconocer, en el episodio de la puta en la Castellana, si se trata de una desconocida llamada Victoria, o si, en las letras de ese nombre debería en realidad oír las letras del de su ex mujer, Celia. Cómo no va a reconocer a una persona con la que estuvo cuatro años, tres de los cuales viviendo en matrimonio? El transcurso o la narración de estos eventos, de estas situaciones, está lleno de huecos inexplicados que afectan fatalmente a su credibilidad.

Es difícil argumentar por qué no me he creído una escena. La verdad: solo me ha pasado dos veces en literatura: con Corazón tan blanco y, ahora, con Mañana en la batalla piensa en mí. Creo que dentro del marco que nos propone la novela estas escenas chirrían y se salen de la propuesta por artificiales, por forzadas, y sobre todo porque, de tan inexplicables, simplemente no parece que puedan llegar a ser. Así, es el propio autor el que desactiva los mecanismos de la credibilidad, rompiendo lo que se suele llamar el pacto de ficción. Como decía, el narrador debería reconocer a la puta como una desconocida o como a su ex mujer, pero nunca quedarse con esa duda (que nadie tendría). En definitiva, es difícil justificar estas cosas, así que lo único que puedo decir con total convicción, con toda seguridad, es que hay cosas del Javier Marías novelista que no podré nunca creerme para nada.

Por otra parte, uno de los grandes aciertos de la novela es que el narrador se interese por Luisa, la hermana de Marta Téllez. No sé si esto me resultó previsible por un descuido, por una desatención de Marías, o porque, al contrario, dio el autor en el clavo y detalló lo que todos anticipábamos porque es lo que todos hubiéramos hecho en su situación. Me inclino por la segunda opción. Creo que Marías describió la conducta más consecuente de la psique humana dada esa situación concreta. 

No hablaré del trepidante final de una novela subyugadora que tiene (o ha tenido para mí) desmayos en su verosimilitud, por los que he leído largos fragmentos con un creciente asomo de escepticismo, pero que, sin embargo, no me han impedido ver que Marías es un gran escritor, un excelente lector de Juan Benet y su dignísimo heredero, pues ha tenido el talento suficiente tanto para aprender de él como para alejarse de él, y que sin duda tendría que estar Mañana en la batalla en una de esas ubicuas listas, divertidas e inofensivas, de las diez mejores novelas escritas en castellano en los años noventa del siglo XX. 

Comentarios

  1. Un beligerante Marrón29 de agosto de 2014, 1:59

    Argumentos de timorato y afeminado. ¿Qué es lo que no te crees de que la mujer muera? Me irritas; te repudio.

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  2. Como digo, no entiendo el porqué de esa muerte. Es una muerte que surge de la nada. Pero, como también digo, lo que menos entiendo es la actitud de Víctor, el narrador, ante esa muerte.

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  3. Un beligerante Marrón29 de agosto de 2014, 2:58

    Hay muertes, tú mismo lo has dicho, que acontecen así. Muerte súbita. Es precisamente su imprevisibilidad la que resulta necesaria para activar la historia. Sugiero no cuestiones críticamente a Marías; póstrate y babea, es la actitud necesaria. Respecto a Víctor, Marías sabe, como sabes tú, que los tipos llamados Vóctor no son de fiar. (Por cierto, una postrera opinión: diría que el parentesco Benet - Marías está muy sobredimensionado debido, básicamente, a que sabemos que el primero fue el "tutor" del segundo y a que conocemos la admiración del segundo por el primero. En mi opinión, no se parecen en prácticamente nada.)

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  4. Sí, lo he dicho. Ese azar absoluto activa la historia. Pero, aunque sé que esto pasa, encuentro que surge tan de la nada esa muerte que me resulta, en su contexto, gratuita. De todos modos y como también digo en el texto, es la actitud de Víctor lo que no me cuadra.

    Entiendo lo que dices respecto al parentesco. Yo veo que el grado de parentesco se da en una capa epidérmica, tienes razón. Están emparentados solo estilísticamente. Pero esto lo veo con claridad.
    No sé. Veo que el asomo benetiano está ahí, bien digerido.

    En otras palabras, Marías es la mortadela de supermercado que yace entre las dos crujientes, las dos recién horneadas rebanadas de pan que son Juan Benet y Gonzalo Torné.

    He dicho.

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  5. Apruebo los comentarios de Mario Amadas (con el que plácidamente degustó una copa) y no entiendo a este tal "beligerante Marrón" aunque desprenda cariño a raudales en su prosa defensora del Sr. Marías.

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