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Los quiero precipitados, por favor

Paul Muad'Dib es Michael Corleone. 

Si nos acusan de iletrados por considerar a Don Quijote un gran poeta, hay que relajarse un poco y contestar: "No te encumbres", "¡Traidor blasfemo!", y entiende y escucha que Dulcinea, "si tuviera cien lunares como el que dices, en ella no fueran lunares, sino lunas y estrellas resplandecientes". Sí, ella es "estremo del valor que puede desearse, término de humana gentileza, único remedio de este afligido corazón que [le] adora"; Y no le advertiremos, para acabar, que le espera "el profundo abismo del olvido", no, desearemos, mejor, que "¡Los ojos de vuestros amigos y parientes os vean gozar en paz tranquila los días (...) que os quedan de la vida!" Y ya después de todo esto daremos un portazo y nos iremos. 

Wild es despojada y racional en todas las ocasiones en que Into the Wild es un jardincillo afectado para iluminados de la vida.

Cervantes, en boca de su personaje, dice que le cuesta encontrar las palabras, que, para hacerlo, "sudo y trabajo como si cavase". Desenterrarlas, exhumarlas. A Cervantes.

Precipitados, sí, pero también epidérmicos.

Este aforismo dice que las situaciones más pintorescas de La aventura del tocador de señoras, de Eduardo Mendoza, están sacadas directamente del slapstick.

El sombrero de tres picos, de Pedro de Alarcón, parece la síntesis de Romeo y Julieta y del relato de El curioso impertinente inserto en el Quijote, aunque menos trágico

Cada película de zombies fuerza los lugares comunes del género a su antojo, cosa que está bien. En la necesaria The Return of the Living Dead, de Dan O'Bannon, uno de esos hambrientos resucitados, que ya solo es una cabeza y un torso, nos explica, con su voz quebrada, por qué se alimentan de cerebros vivos. Porque es lo único, nos dice, que les alivia del dolor de estar muertos.

Parar a tiempo sigue siendo la consigna recomendada. 

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