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Miniatura sobre películas de animación

El cine de animación impugna la realidad. No sitúa la cámara en un espacio concreto de la realidad, no; la re-crea por completo. Lo que vemos en el plano, como dice Jordi Costa en Películas clave del cine de animación, es un “territorio abierto a toda posibilidad, excepto la del azar”. El cine de animación es un sustituto autónomo de la realidad. Es un espacio de libertad total. Hasta el cine de animación más próximo a la realidad, cuyo título emblema sería La tumba de las luciérnagas, suplanta las formas de representación habituales de, en este caso, el drama de la guerra, y recurre a la disciplinada imaginación de un artesano para desentrañar las emociones y las miserias de esa realidad. Takahata, con su película de animación, logró una realidad paralela e independiente que explicaba la realidad que vivimos. No quieren poner el acento en una parte concreta de la realidad, que es lo que haría el director de imagen real; estos cineastas son más ambiciosos: quieren crear sus propios mundos, sus propios sistemas de referencias internas, sus juegos de luces y paletas de colores, unas coordenadas que no existen fuera de la pantalla. Literalmente. 

Esto recuerda a unas palabras que dijo Vázquez Montalbán en la entrevista de 1979 en el programa de Soler Serrano. No tengo a mano el DVD, pero dijo que el escritor escribe porque no le gusta la realidad que le rodea. Es un gesto que nace de un inconformismo radical. El director de películas animadas siente el mismo impulso. Confía más en el trazo de su subjetividad que en la imagen objetiva, real. En ese sentido el cine de animación se parece más al gesto de la escritura que al del cine propiamente dicho. El escritor, siguiendo a Vázquez Montalbán, crea una realidad aparte que se descoyunta de la realidad fáctica que le rodea; el director de cine escoge el fragmento de realidad que quiere que veas, sí, pero, si quiere que veamos, en plano fijo, un árbol, veremos lo bonito que es pero no podrá controlar el viento que agita las ramas y esas hojas que cuelgan, débiles, de las ramas del árbol. En la película de animación veremos lo que el director quiere que veamos, sin interferencias azarosas que se entrometan en el plano. Estamos hablando de otro orden de realidad. Uno en el que sí, se pierde la frescura de la improvisación, pero a cambio se gana en intencionalidad. Inconforme con la realidad, el director de cine de animación reemplaza el mundo con sus imágenes. 

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