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Kameron Hurley y K. W. Jeter, una pincelada

En Estados Unidos se ha publicado, hace unos meses, The Stars Are Legion, de Kameron Hurley, y está dando bastante de que hablar. Normal: hay una erótica macabra de la carne en esta novela. Una estética morbosa de la carne que recuerda al David Cronenberg más pasado de vueltas. Entre sus páginas hay cuerpos en descomposición, putrefactos y grasientos. Partes de cuerpos tendidas por los caminos, arrojadas sin miramientos. Paredes hechas de huesos porosos, goteantes. Montañas de huesos que no son sólo humanos, y mapas o pergaminos hechos, estos sí, sólo de piel humana. Se usan tibias como bastón de apoyo para caminar o arrastrarse por pasillos húmedos. Hay cuerpos pegajosos, resbaladizos, descuartizados o fragmentados, todos ellos erotizados; cuerpos que parasitan otros cuerpos. Cuerpos que se funden, cuerpos resbaladizos, oleaginosos, enfermos. Trajes espaciales que se adhieren al cuerpo, como espesas telarañas, ellos mismos como si fueran cuerpos. Hay antropofagia y cuando se da es con toda naturalidad. Vemos mares densos como sopas, grises y oscuros.

Todo es corpóreo en esta novela. Todo está ligado a todo lo demás, en relación simbiótica, como partes de un cuerpo. De un cuerpo no necesariamente antropomorfo. Hay naves que son seres sentientes, orgánicos, que viven de los seres que la habitan. Todo es cuerpo y todo viene de un cuerpo. La luz de los pasillos de uno de los niveles de la nave viene de seres con tentáculos que emanan una luz anaranjada. Tierras blandas, esponjosas, en los pasillos de estas naves-planeta. Son mundos con cadencias propias, de creación autosostenible y regulada por pautas internas, que siguen un orden natural secreto, propio de un organismo vivo. Son entes autónomos. Autoabastecedores. Cada cosa o cuerpo engendra otra cosa o cuerpo de manera natural, cíclica. Así, los hijos.

Este orgullo del cuerpo que hay en The Stars Are Legion enlaza con uno de los aspectos más singulares de la novela, aunque también el más forzado: está protagonizada única y exclusivamente por mujeres. No hay, en todas las páginas de este libro, un solo hombre. Cosa que está bien, claro que sí, pero suena a forzado; es como si la autora jugara a ser la más feminista de todas, la que más lejos llega en su exterminio de las actitudes machistas. Y así la novela funciona. Pero queda, como digo, muy forzado, y suena más a intento de congraciarse con la (justificada, necesaria) lucha antimachista, que a necesidad intrínseca de la novela. Las mujeres se quedan embarazadas según la necesidad del planeta o de la nave, como decía antes. Como algo natural y sin necesidad de contribuciones ajenas. Un poco como por arte de magia y en función, siempre, de un bien o necesidad mayor y como si fuera una cosa puramente funcional. En este sentido, hay como una hibridación entre lo fantástico y lo cienciaficcionesco que hace de lastre para la novela; una explicación algo más racional hubiera hecho que esa realidad llegara con más naturalidad. Tal como está, no creo que la autora haya escogido la mejor manera de representar unas ideas, por otra parte, la mar de refrescantes.  

La novela alterna dos narradoras en primera persona: Zan y Jayd. Las dos se quieren y se odian a partes iguales. Y cada narradora desvela algunos retazos del cuadro general de su historia común, añadiendo a lo que dice la otra, matizando o contradiciendo las visiones parciales de la otra. Así nos vamos haciendo una composición de lugar a partir de esa mezcla de opiniones y experiencias, de incógnitas y secretismos, de pasados ocultos (y por lo visto muy hirientes para todos).

Ése es el único fallo real de la novela: y es que tiene un esquema narrativo muy básico, demasiado básico. Hay amnesia y traiciones; hay secretos ocultos y conspiraciones. Planes para escapar y derruir sistemas de gobierno despóticos. Un pueblo quiere acabar con otro. El de más ahí quiere hacerse con el poder. Etcétera. ¿Pero qué es la Legión? Son inmensas naves vivas donde viven miles de seres. ¿Naves o planetas? En uno de los subniveles hay una ciudad entera que no sabe nada de la guerra que luchan los pueblos de la superficie, que creen que nada de eso existe ni es real, que ni siquiera son conscientes de la existencia de una superficie habitada. Viven en un mundo grasiento, donde el cuerpo se venera y desprecia a partes iguales. Las habitantes de la superficie tampoco sabían nada de esta sociedad escondida. Pero todo se puede reducir a la lucha por el poder, a la eterna y maniquea lucha entre el bien y el mal (o entre el mal y el mal aún peor).

Kameron Hurley consigue una prosa plástica para recubrir esos mundos tan físicos, de una fisicidad tan morbosa y supurante, para esas mujeres tan enérgicas y heroicas. Una prosa ágil pero trabajada, maleable. El ascenso de Zan desde los bajos fondos a la superficie, como una especie de viaje dantesco en sentido contrario, es lo mejor del libro, donde la imaginería recargada cobra especial relevancia.



 

A la (impaciente) espera de ver Blade Runner. 2049, de Denis Villeneuve, he leído Blade Runner 2. The Edge of Human, de K. W. Jeter, la secuela novelizada de la película (que no de la novela original de Philip K. Dick). Como tal, hay que esperarse ciertas cosas. Es todo un reto aceptar un encargo así: el mercado editorial quiere intentar alargar el éxito de la película en forma de novelas-secuela, y no es fácil enfrentarse a esa tarea: la crítica y el público en general recibirá el trabajo con escepticismo. Los amantes de Philip K. Dick se sienten (nos sentimos) defraudados porque el autor –o los responsables del encargo- no acudieron a la fuente literaria original, sino a la película: el escenario, la trama y parte de los diálogos son una continuación directa de lo que veíamos en Blade Runner. Y los amantes de la película se sienten (nos sentimos) defraudados porque el autor no ha sabido crear un mundo autónomo, inesperado: ha alargado innecesariamente algo que ya había funcionado de manera conclusiva en la película.

El inicio de la novela, con Deckard huido en el bosque, es su mayor logro. Nos lleva a un terreno totalmente opuesto al de la película: un claro en el bosque, una cabaña, dos fugitivos. Vemos que Deckard se dedica a mantener con vida, como un fuego que se apaga, a Rachel, y en esa paz y con esa misión pasa sus días de retiro. Hasta que vienen a por él. Luego, cuando le encargan un nuevo caso (encontrar un replicante huido, uno que se había olvidado de mencionar la voz en off del narrador de una de las versiones de la película), se dedica a reabrir algunos frentes que en la película habían quedado resueltos, como algunas muertes o las supuestas naturalezas humanas de algunos personajes. Con la nueva trama en marcha (lo de nueva es un decir), el mejor acierto es la sombra de incesto que Rachel –el modelo humano en el que se inspiraron para fabricar a la amada replicante Rachel de Deckard-, lanza sobre su tío, el magnate Eldon Tyrrell. Planea sobre esas secuencias una hostilidad, un rencor y un trauma que ni en la novela de Dick ni en la película veíamos. Es un añadido perturbador que, junto con el caso conocido como “St Paul”, del replicante que se vuelve loco y asesina a todo aquel que le rodea convencido de que todo aquel que le rodea es un replicante muy mimetizado con la humanidad, oscurece el tono ya de por sí oscuro de la historia. Esto podría hacer las delicias de un lector bregado en la novela negra.

Pero así como Tiburón 2, Cocoon 2, Solo en casa 2, La jungla de cristal 2 o Depredador 2 son, en esencia, lo mismo que sus predecesoras, The Edge of Human no es la excepción a la norma y también cambia la superficie de las cosas para entregarnos, empeorado, lo que ya habíamos visto en Blade Runner.

 

Hay una diferencia con respecto a las otras secuelas que he mencionado: todo lo que estaba cerrado en Blade Runner se reabre aquí como por mero capricho. Como decía antes, donde pensábamos que eran cinco, resulta que son seis. Además, la novela adolece de un tramo central vacío en el que no pasa nada. Y está escrita con ese estilo impersonal, indistinguible de tantos otros, tan característico de la narrativa comercial, que se expresa en una frase corta, conservadora, comedida y poco arriesgada.

 

También fusiona novela negra y ciencia ficción, pero esta vez de manera más tópica, con su femme fatale y su caso resuelto en las últimas, previsibles páginas. Jeter, el autor de la secuela, ha acudido a los tópicos más conspicuos de la novela negra y los ha introducido en ese escenario bladerunneriano que ni siquiera ha creado él, con la ilusión, uno diría, de que los elementos funcionasen por sí solos en un mestizaje de géneros. 

Pero todo estaba prefabricado, cuando se puso a teclear. 

 


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