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Sobre Lectura fácil, de Cristina Morales


Tantas cosas se cuestionan en Lectura fácil, de Cristina Morales, que, al adentrarse en sus cauces, ves que todo, hasta lo que creías saber con seguridad, adquiere un significado nuevo, como recién descubierto. Ganadora del Premio Herralde de Novela de 2018 y Premio Nacional de Narrativa 2019 –casi nada, con sólo 34 años– la obra es, entre otras muchas cosas (y quede esto como insuficiente tentativa de definirla), una novela polifónica. Una novela sobre cuatro primas discapacitadas, con una acción radial, expansiva, que llega hasta los últimos límites de nuestras convicciones para desarticularlas hasta su desaparición.

Nati, Marga, Àngels y Patri, las cuatro primas de la novela, son andaluzas pero viven en Barcelona, están vinculadas a los movimientos de izquierda en la ciudad, y configuran un entramado por el que vemos las injusticias, la hipocresía y el autoritarismo, tanto del Estado como de nosotros mismos, por un lado, y, por otro, la firme voluntad de ser siempre una misma aunque eso signifique ir a contracorriente de una sociedad, de todo un pensamiento monocorde. Tanto en las clases de danza asignadas como terapia, como en la novela que escribe Àngels por Whatsapp, como en el testimonio de las primas ante la citación judicial para testificar en el caso de solicitación de la esterilización de Marga, vemos a cuatro chicas dispuestas a adentrarse por el cauce que marque su propia lucidez. La unión de esos cuatro cauces es lo que convierte a esta novela en una cuña incómoda para la autoridad.

Cristina Morales orquesta ese coro de voces, de actitudes, con naturalidad, pero sobre todo con un poder desestabilizador y edificante a la vez. Y aunque las cuatro primas tengan un papel importante en la novela, el enfoque y la perspectiva recaen siempre en Nati, quien tiene el porcentaje más alto de discapacidad y una inteligencia fuera de lo común. Sí, Nati es un aullido constante; una agresión deseufemizante a los convencionalismos. Y, además, un personaje literario como se ven pocos en la literatura actual. Los personajes, esas cuatro primas discapacitadas, te acompañan, las llegas a conocer hasta el punto de echarlas de menos, cada una con su carisma, con su distintiva manera de hablar, y eso es algo que no pasa a menudo.

A ello contribuye el sentido del humor en las declaraciones judiciales, en la agresividad verbal de Nati, y esa oralidad tan lograda en algunos monólogos. También, la voz de Àngels, autora de la novela intercalada, escrita en ese formato de lectura fácil que le imponen desde instancias supuestamente inclusivas por el bien de una lectura asequible para todos, está igualmente concebida con un lenguaje muy ceñido a la realidad. (Es una tentación mencionar la plástica oralidad del monólogo de Carmen en Cinco horas con Mario, para asociarle el logro de Morales en este terreno, pero no le hace falta, yo creo). También está perfectamente conseguida, por ejemplo, la oralidad y las interrupciones propias de los debates, como pasa en las asambleas anarquistas donde, además –y aquí está una de las claves críticas de la novela– se ve la deconstrucción de la jerga y del inventario prefabricado de muchos colectivos, los izquierdistas incluidos.

Esa deconstrucción expone, con total impudicia, la retórica como símbolo de lo reaccionario y represor. Mejor aún que la (convincente) definición de 'retórica' que pone Morales en boca de Nati en la página 161, son los hechos, las actitudes de esas cuatro libertadoras que demuestran lo pernicioso que es creer. Ahí quedan esas marcas de lenguaje, esas cláusulas de pensamiento congelado que se usan como piezas expresivas para no tener que pensar, pero que son, en realidad, imposiciones ajenas que impiden el pensamiento crítico, cómodas piezas de puzle que te encuentras para que digan por ti lo que se espera de ti. Y esa mirada que levanta las primeras apariencias para ver lo que hay detrás se centra tanto en la cosa institucional como en una canción de Mecano o en un fanzine. Y si saber ver más allá de las apariencias es la tarea del verdadero intelectual, aquí esa tarea la encarnan, con un talento que no se ve ni fuera de este libro, estas cuatro chicas con diversidad funcional, o, por usar su propia terminología, con retraso mental.

El Estado con todas sus ramificaciones institucionales depreda al individuo no aquiescente, sí, pero la novela también se burla de las actitudes del revolucionario prefabricado en sus varios planos narrativos. Lo cual es un gesto infrecuente. La escena de sexo entre discapacitadas es una atrevida y necesaria escena excéntrica. Es explícita, sí, y desafiante, pero es una escena de liberación, de plenitud en un ámbito, el social, que las quiere constreñir. Poderosísima novela, torrenciales texto y actitud que arrasan con nuestros tópicos en una obra que no me atrevo a calificar de ácrata por lo que tendría, ese gesto clasificatorio, de apropiación en una corriente, en una etiqueta reduccionista. Aquí Morales marca sus propias aboliciones. Que crezcan.

Vemos la violencia institucional hasta tal punto vinculada con el discurso progresista que ya no se ve como violencia ni como represión, sino como favor. Y oímos una voz que cree “en la atenta escucha de las pulsiones y en su alianza con las pulsiones de los otros como motores de la vida”, y qué bien expresado, con qué bonitas palabras. Eso es algo sobre lo que no se ha hecho el suficiente hincapié en las críticas: la novela no sólo está bien estructurada y bien pensada, también está implacablemente bien escrita. Y lo está con lo que podríamos llamar la seductora escritura silvestre de Cristina Morales.

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