Recuperando viejos textos IX: sobre 'Manual de infractores', de José Manuel Caballero Bonald
(Y este texto sobre Manual de infractores, de Caballero Bonald, tendría que haber salido, en 2005 en la revista Praga).
¿Dónde están los infractores?
Desde 1997 no publicaba Caballero
Bonald ningún libro de poesía. Todos coinciden, al hablar de su esperado Manual de infractores, en que es la
reflexión de un poeta con experiencia, que domina el lenguaje. El mismo autor,
en una entrevista, anunciaba como si fuera cierto que su poemario era una
respuesta a la invasión de Irak. Es decir, le inspiraba el odio a la guerra. Se
vendió como un libro comprometido, cercano a la poesía social, pero en realidad
no, eso no es cierto. ¿Dónde está la rabia? ¿Dónde la famosa, temible ira de
Caballero?
Versos
como: “…todas la verdades / segregan restos de mentiras” que, creo, se acercan a la voz comprometida que
vendieron, coinciden en este libro con versos lujosos, incrustados en unos
poemas vestidos de gala que en principio, nos dijeron, atacaban la mentira de
la guerra, una guerra que tanto enfadó a José Manuel. En un tono grandilocuente
y repetitivo (la palabra “ornato”, por ejemplo, que no es muy común, se repite
tres veces antes de la página 47), escribe sobre temas que no son el enfado o
la impotencia ante la guerra, sino la proximidad de la muerte (su muerte), el
paso implacable del tiempo y el poder balsámico del olvido, y la añoranza del
mar en alguien que se siente marinero en tierra.
Copio
la primera estrofa de su poema “Canon”: “Esa argamasa o rémora del arte / que
reproduce con fidelidad / malsana los ornamentos vacuos de la vida, / ¿conduce
a algo distinto al desaliento?”. Ese es el tono grandilocuente al que me
refería, un tono que, en mi opinión, no esconde nada importante. Diario de Argónida, su anterior libro de
poemas, cae, también, en esa escritura inane, pedante, pero al menos no quiso
disfrazar el libro, venderlo como si fuera, no sé, un poema épico, por ejemplo.
La
poesía de Ernesto Cardenal (el sacerdote católico que alentaba al pecado a sus
lectores de los años setenta, según Bolaño), consigue con sencillez y austeridad
una fuerza que sí trasmite desobediencia y compromiso, no como la poesía
presumida de Caballero Bonald, que, como ya he dicho un poco más arriba, no
dice nada. Se puede escribir desde el compromiso y la rabia sin tanta
remetáfora de la náusea, como diría Oliverio Girondo. La sencillez, estoy convencido, asusta
a Caballero.
No
quiero decir que el libro sea malo, digo que no me gusta. Digo que lo leí
creyendo lo que autor y críticos aseguraban, y no lo encontré más que
tímidamente, en dos o tres poemas, y sólo de forma tangencial.
Siendo
Caballero Bonald un autor consagrado, respetado como poeta y como novelista, me
sorprende que lo hayan premiado, cuando ya acarrea numerosos premios, y, otros
autores, quizá, lo merezcan o necesiten más. Desconozco el mundo editorial así
que no sé cuánto pesa un nombre, pero como lector, no recomiendo a nadie este
libro irrelevante que también podría haberse titulado, tranquilamente, Gato por liebre.
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