Etiquetas

Mostrar más

Violencia y desamor

A.K.A Los señores del acero
Está ambientada en 1501, así que nada nos liga a Flesh and Blood. Los personajes malintencionados, vocacionalmente crueles y salvajes, no nos representan; nosotros no somos así, pensamos. En la película vemos infanticidios, suicidios, violaciones en masa, mujeres asesinas (que, por otra parte, claro que sí, ¿por qué no?), niños que ríen mientras acompasan su música al ritmo de violaciones a vírgenes prometidas, los efectos (bastante asquerosos) de la peste bubónica, grupos de gente salvaje comiendo como cerdos en una mesa, y sobre todo crueldad, personajes despiadados que se ensañan en su crueldad. Como espectador, uno se avergüenza un poco de pertenecer al mismo género animal que los protagonistas de la película. Eso consigue el director. Por eso, es fácil hacer la lectura tranquilizadora de, 'hace 500 años la gente era bárbara y capaz de una violencia impensable, pero ya no'.

Paul Verhoeven ha retratado siempre con dureza al ser humano, tanto en el plano personal como en el colectivo; mundos donde el amor tristemente se quiebra (Delicias Turcas), o mundos futuristas donde, por un lado, el ejército fanatizado se dedica a masacrar al enemigo, mientras que, por otro, los medios de comunicación orientan debidamente la verdad para que la juventud siga alistándose (Starship Troopers). (El doble discurso de Starship Troopers merece un texto aparte). La violencia y el desamor rigen los mundos de Verhoeven. Los desnudos gratuitos tan identificativos de su cine abundan en Flesh and Blood. Abunda también la violencia explícita. Como en Instinto Básico, como en la injustamente menospreciada El hombre sin sombra -que no deja de ser una relectura creativa de El hombre invisible de H. G. Wells-, entrelaza sexo y violencia; entendiendo el sexo como una forma de violencia y la violencia como un forma (perversa) de sexualidad.

Pero más dura que el retrato que hace sobre la violencia es la historia de amor.

La historia de amor en Flesh and Blood es ambigua. La chica no sabe a quién quiere, si al prometido o al raptor. Se debate. El amor la desgarra. Es un sentimiento heridor en un mundo primitivo y sin esperanza, lleno de gente salvaje e inculta e incívica. No puede aferrarse a él. No hay ninguna luz. No sabe qué hacer.

Nada. Ni siquiera el amor le ayuda a sobrevivir en un mundo inhóspito. El amor, que es lo mejor que tiene el ser humano, no nos redime de nuestra violencia. No es la fuente de felicidad que podría llegar a ser. Es el golpe mayor de la película. La mirada triste de la protagonista al final resume todas sus contradicciones y su infelicidad. 

Si la violencia pertenece a otro tiempo -ya no nos matamos con espadas ni lanzas- es comprensible, como decía, que nos desmarquemos de ella como si la hubiéramos superado. (Basta, por otra parte, con ver las películas no históricas de Verhoeven para ver que el director discreparía). El amor sin embargo no cambia. Nos enamoramos tan misteriosamente como siempre. Y ese amor de 1501, sin esperanza ni ilusión, es el mismo que el de hoy. Y de ahí sí que no podemos desmarcarnos, y por eso el peso de la película reside en su oscuro retrato del amor, y no en el de la violencia.


Comentarios

Entradas populares