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Un texto de hace años

Lo escribí para la revista Praga. La revista, efímera y tosca, no llegó al segundo número, donde estaba previsto que saliese la reseña, y ahí, en ese tropiezo, se perdieron nuestros escritos. Los de Unai Velasco, los de Marc García, los de Daniel García Ramos. Ola de frío ha perdido ya el estatus de novedad, y hace tiempo que no leo al autor, pero por qué no rescatarlo.


De título inhóspito, el último libro de Karmelo C. Iribarren no es lo que parece. Ola de frío se publica paralelamente a Días sin pan, la última antología de Roger Wolfe, también en Renacimiento, editada y seleccionada por Iribarren. No es casualidad: los poetas son amigos, y sus obras se parecen. Pero así como Wolfe es uno de los autores más críticos y desesperanzados de la poesía española actual, en los poemas de Karmelo Iribarren hay lugar para la esperanza, para la ternura, para una alegría modesta y personal. He dicho que Ola de frío no es lo que parece porque, a primera vista, por el título, creí que encontraría el desaliento característico de Wolfe, pero no, al contrario: hay un rescoldo vivo de esperanza bajo esa ola de frío.
            También hay poemas duros en los que denuncia la geografía urbana de San Sebastián, donde vive, o la estupidez humana, por ejemplo, en el poema “Su Alma”, que hace referencia al asesinato de una indigente, en un cajero de Barcelona, por parte de “unos niñatos / que pasaban por ahí”. Otro de sus poemas se titula “Ted Bundy, El Guapo”. Otro, “Perro rabioso Ellroy en Barcelona”. Karmelo C. Iribarren no se anda con florituras, no tiene ningún reparo, como Roger Wolfe o Bukowski, en escribir sobre el prostíbulo donde trabajaba su madre, o en decir: “Sólo es un maldito gorrión. / Y con buena jala, además.”  
            Iribarren es un poeta que, aunque escriba sobre situaciones anecdóticas, siempre se escribe a sí mismo. La dureza que recorre el libro, ya desde el mismo título, es superficial. Bajo la ola de frío espera el rescoldo como símbolo de aquello en lo que, cada uno a su manera, tiene esperanza. En el poema “Un momento feliz” describe una fotografía en la que salen él y su hija, en Peñíscola, en verano de 2005, y los últimos versos dicen: “Yo, como siempre, / con mi gesto / serio, / adusto. // Engañando / a la cámara, / esta vez.” Así, el título del libro puede ser también un engaño. A lo que da importancia es a lo que hay debajo, no al frío profético y desesperado que recubre San Sebastián, sino a lo que se resiste a ese frío: “y tú, / tu ausencia, el calor / de recordarte.”
            De los poemas de amor que hay en el libro, el que, a mi modo de ver, resume mejor su capacidad para extraer imágenes sugerentes de lo cotidiano es el poema “Trenes”: “Miro el tren de cercanías. / Es azul, pero entre la niebla / parece gris. Pronto / se meterá en el túnel / y desaparecerá de mi vista. / Dentro de una hora y media / volverá. Pero ya no será / el mismo tren. Será otro / con muchísima más / luz. En ese tren vendrás / tú, leyendo una revista.” Sin caer jamás en la cursilería,  no se arruga ante la ternura. Aparte del valor metafórico que tiene la luz del nuevo tren (metafórico porque en él llega la mujer a la que espera, pero también literal porque amanece) el amor en este poema está en la espera voluntaria de hora y media, en el hecho incómodo de esperar en las estaciones de tren cuando hace frío.
            Asumiendo también el realismo sucio y duro de Raymond Carver o Richard Ford, a quien dedica el último poema, y junto a Roger Wolfe, Iribarren da a la poesía en castellano un aire nuevo y cercano. Como si ellos dos fueran, o simbolizaran, lo que el fumador en el poema “Espiral de humo”, es decir: “esa otra manera de estar en el mundo”.      

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