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Lo importante es participar

Mil gritos tiene la noche es un maravilloso sinsentido, una sucesión de absurdos inexplicables.
            Escrita por Joe D’amato y dirigida por Juan Piquer Simón, ha adquirido, con el tiempo, el estatus legitimador de película de culto. D’amato es el director de Anthropophagus, sólido relato de tristeza, locura y soledad (y antropofagia y muertes veraniegas), pero aquí, en cambio, perdió el norte. Pieces (su título en inglés), contiene las semillas de una gran película, pero se queda en nada.

Como en tantas otras (Halloween, Un verano para matar, Silent Night, Deadly Night, Christmas Evil, Sleepaway Camp), el pistoletazo de salida es un trauma infantil. Un crío está haciendo un puzzle. Entra la madre en su habitación y amenaza con matar al niño porque la imagen que aparece, gradualmente, en el puzzle, es la de una mujer desnuda. Repito: la madre amenaza con matar, literalmente, a su hijo, porque la imagen del puzzle es la de una mujer desnuda. Ah, sí? Conque esas tenemos, no? Pues el niño, ni corto ni perezoso, coge un hacha y mata a su madre. Así empieza. Con material de primera.
            Un puzzle erótico es el motivo que se repite a lo largo del metraje como símbolo del trauma no superado. No pudo terminarlo en su momento. Así, vemos cómo el asesino, ya de mayor, rehace el mismo puzzle que distraía su infancia, reconstruyendo y reviviendo el origen de su trauma, enfangado en su presente carnicería. Las tomas del puzzle estructuran el relato y le otorgan significado. Al final entendemos el macabro proyecto del asesino, el porqué de sus crímenes. Y desaparece la sensación de arbitrariedad y aleatoriedad de sus asesinatos. (No especifico más para no estropear el final).
            Por eso, como digo, podría haber sido una gran película. Pero la cantidad de escenas ridículas (la chica del monopatín, el karateka, la castración, la policía en la escena de la piscina), dan la vuelta a la vocación slasher de la película y la convierten en un buen ejemplo de lo que se conoce como estética camp (o lo que es involuntariamente gracioso). Los realizadores cogen el subgénero slasher y lo llevan dos o tres pasos más allá. Esto no tendría por qué resultar gracioso. Pero la incongruencia general de la película, las nefastas interpretaciones, el diálogo que de tan malo resulta inverosímil: eso es lo que da la vuelta a la obra. Algunas escenas sí que están bien hechas y pensadas (pienso en la primera de todas o en la de la cama de agua), pero en otras el director parece estar un poco despistado (por decirlo con cariño). Aparte de las ya mencionadas escenas radicalmente absurdas, la puesta en escena nos deja patidifusos por la poca cabeza que tiene. Todo está tan visiblemente mal hecho, que desconcierta. Ya he mencionado lo que me gusta llamar sus elementos salvadores, pero ni así. Por ejemplo: el asesino sí que está bien caracterizado, a mi juicio, pero fallan estrepitosamente los zapatos de octogenario que lleva. Sería divertido que cada espectador de Mil gritos tiene la noche enumerase sus errores favoritos.
            Si se mejorasen los diálogos, se eliminaran para siempre las escenas delirantes, si la puesta en escena obedeciera al sentido común y las interpretaciones fueran creíbles, estaríamos ante una obra sombría e incomodadora.
            Pero bueno… Pese a sus fallos, la película es simpática y de fácil visionado. E intenta ser un homenaje al slasher e insertarse en esa tradición.

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