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Por fin la he visto

Que las películas de guerra son parte del cine bélico tanto como del histórico, es algo en lo que no siempre caemos. Así, el cine bélico es siempre dos géneros. La guerra de Vietnam, por su parte, tiene su propio sub-género: las películas que, en vez de retratar la realidad de esa guerra injustificada y absurda, retratan los efectos que tuvo en la población civil norteamericana (rechazo frontal, desencanto generalizado, movimientos pacifistas bienintencionados pero algo ingenuos), o en los veteranos que, al volver a casa, se encontraron solos e incomprendidos (ya fuera por el prejuicio de la sociedad hacia esos soldados o por sus crímenes de guerra). En el grupo de películas que podríamos incluir en este sub-género, el pueblo vietnamita, como diría Quevedo en relación a otra cosa, “yace en alto olvido”. Sin comentarios.

Algunas películas que forman parte de este sub-género (privativo de la guerra de Vietnam) son: Hair (Milos Forman), Acorralado (Ted Kotcheff), Welcome Home (Franklin J. Schaffner), El cazador (Michael Cimino), Americana (David Carradine), Forrest Gump (Robert Zemeckis), Nacido el 4 de julio (Oliver Stone), American Graffiti, en parte (George Lucas), El veterano y Vuelta al infierno (ambas de Sidney J. Furie), Rolling Thunder (John Flynn), El gran miércoles (John Milius), Los visitantes (Elia Kazan) y, también en parte, Taxi Driver (Martin Scorsese).

Una de las mejores es una película difícil de conseguir en DVD: El regreso (Coming Home, de Hal Ashby). Probablemente una obra maestra, adolece de una única cosa: la banda sonora. Resulta abusiva, repetitiva, monótona e insustancial. Además, las canciones, en muchos casos, aparecen de la nada en escena, aportan poco o se convierten en un subrayado molesto, algo tontuno. Vista hoy, parece un recopilatorio de clásicos rockeros de los años sesenta (léase Rolling Stones, Beatles, Jefferson Airplane, Bob Dylan, Janis Joplin, Jimi Hendrix). Están todos.  

Argumento: tres personajes. Jane Fonda (la guapa Jane Fonda), Jon Voight y Bruce Dern. Dern se va a Vietnam. Jane Fonda ejerce de voluntaria en un centro de rehabilitación para veteranos de guerra donde, casualmente, conoce a Voight. En realidad ya se conocían. Eran compañeros de clase en el colegio. Pasan cosas. Dern vuelve. Por otra parte, podemos advertir una eficaz poética del vaciado por cuanto vemos la realidad de la guerra por su ausencia, como si siguiéramos el devenir de una pelea únicamente por las reacciones del público. 
 
Todos los personajes evolucionan: Fonda de fiel a infiel a fiel. Voight de amargado a esperanzado. Dern de serio y solemne a desequilibrado y solemne. Sus actitudes cambian a cada embate. Creíble, el caso es que llegamos a conocer a los tres en profundidad, en todas sus facetas. Y pese a que Roger Ebert dijo que los últimos veinte minutos de la película no funcionan, yo no lo veo así. Yo creo que las dos últimas escenas están cargadas de poesía. Los dos o tres últimos minutos son un montaje en paralelo del personaje de Voight dando una charla antiguerra en un instituto, y el de Bruce Dern quitándose el uniforme de gala, desnudándose solo y pensativo en la playa, a punto de bañarse. Los dos, pues, se desnudan (metafóricamente uno, literalmente el otro), ante elementos intimidatorios (la verdad), y aunque la escena de Dern transcurra en silencio y la de Voight no, las dos resultan igual de sugerentes, cargadas de significado.

Dice Dern en la penúltima escena: “I just have to figure out for myself what happened, and now I'm going to deal with it". La escena en la que están los tres en casa, hablando, con Dern pistola en mano, es un festival de la interpretación. Bruce Dern asumiendo el impacto de lo que ha sucedido, su grito desesperado, la valiente sinceridad de Jane Fonda, la solidaridad honesta de Jon Voight. Dern está resignado y triste por el desamor, por esa brumosa, densa soledad a la que le ha postrado el desamor, y por el deshonor de no ser un héroe de guerra. Herido en su orgullo, en su amor propio y en sus convicciones, se ve obligado a empezar de nuevo. La luz difusa, algo lechosa y los colores pastel, dotan a la escena de un carácter familiar, hogareño. Pero roto.


Ashby no se inclina por el plano preciosista, bonito, ni estamos ante un gran estilista. Me ha recordado, en este sentido, al John Frankenheimer de Domingo negro (por citar una película de la época donde también sale Bruce Dern haciendo un papel más o menos parecido). Se trata de una dirección recia, enérgica y vibrante (la de Frankenheimer). Si pensamos en Ashby, a estos adjetivos habría que sumarles los siguientes, pese a caer en aparentes contradicciones: delicada, tierna, afectuosa. En otras palabras: el ritmo de la película se mantiene firme, ágil, no se detiene a encuadrar la mejor puesta de sol en la playa (pese a que podría), pero, a la vez, rueda con delicadeza, con tacto (como en la última escena, o la escena de sexo, o cuando la cámara se acerca, lenta, a una guitarra sin dueño). Y también hay que sumarle las interpretaciones soberbias y un guión sin fisuras, y el final abierto y por fin tranquilizador con las olas y Bruce Dern nadando entre las olas.

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