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El cine de los sábados

Un radiante amanecer; el sol parece que se esfuerza por desprenderse del mar, liberarse de él y seguir lentamente su ascenso habitual. Eso es lo que nos muestra la apertura, en plano fijo, de El último superviviente, de Geoff Murphy.

1985
            Al ver el inicio de esta película uno piensa que Danny Boyle la tuvo muy en mente al rodar 28 días después. E imagino que Alejandro Amenábar también la tuvo en mente al rodar Abre los ojos. Me refiero a rodar esas secuencias de una ciudad vacía. El protagonista de The Quiet Earth, su título original, no sabe muy bien por qué pero es, cree, el único superviviente de una catástrofe nuclear, por decir algo, y empieza a recorrer las calles de su ciudad neozelandesa hasta que se cerciora de que sí, parece ser que es el único con vida, el único que sigue respirando en esta ciudad de coches volcados, semáforos ignorados y pequeñas hogueras sin porqué. No tiene ninguna barrera limitadora. Así, con el creciente y comprensible desespero que le entra, la actitud del personaje recuerda poco a poco a la de Bill Murray en Groundhog Day. Actitud que se podría resumir así: si mis actos no tienen consecuencias, puedo hacer lo que quiera. Actitud descendiente directa de aquella lúcida frase que Dostoyevski puso en boca de uno de sus personajes en Los hermanos Karamazov: Si dios no existe, todo está permitido. Es decir: si no existe un medidor moral, una especie de termómetro donde se juzguen mis hechos, puedo hacer lo que quiera. Por ejemplo: en un momento que a la comunidad religiosa la habrá parecido la mar de mono, el protagonista entra en una iglesia, pregunta por dios, y, al ver que nadie contesta, amenaza con disparar “al chaval”, apuntando a un sangriento crucifijo, que acaba convertido en astillas.

            El personaje evoluciona. Aparte de hacer el loco tan libremente, empieza, como Tom Hanks en Náufrago, a crearse un público para poblar su atormentadora soledad. Figuras de cartón que en su mente se han convertido en súbditos de un imperio que solo él lidera. Hasta que, a la media hora de la película, conoce a la chica. A partir de aquí el personaje recupera la cordura (cordura que, por otra parte, jamás llegó a perder del todo). Él y la chica se hacen amigos, se apoyan y se llevan bien. Con el tiempo conocen a otro chico. Los tres se hacen amigos, hablan de sus cosas y se llevan bien. Descubren que el protagonista estaba metido en un proyecto secreto que, caso de funcionar, supondría un adelanto en la comunicación mundial (en el sentido de evitar, o prevenir, posibles agresiones militares). Satélites e investigaciones tan punteras como arriesgadas han acabado con la vida en la tierra, parece ser el caso. Hablando, de todos modos, descubren el vínculo que les une. Así como en el Mecanoscrit del segon origen, de Manuel de Pedrolo, solo sobrevivieron los seres que, al extinguirse la vida, estaban bajo el agua, en The Quiet Earth -más tenebroso-, solo sobreviven los que, en ese punto exacto, estaban muriendo. Surgen algunas preguntas. Están realmente vivos? Han muerto y están en una dimensión paralela? Qué significan esos destellos cegadores? El final, representa que es la Tierra? Son los dos amigos, como dice el protagonista en un momento, producto de su imaginación, como el Quijote es producto de la mente de Sancho según el revolucionario cuento de Kafka? O bien: no será una tentación sentirse dios en una situación así?

            El último plano de la película es un eco del primero, tan igual y tan distinto que uno no entiende demasiado, pero se deja encantar por esa visión. Podemos especular sobre el significado de esa última imagen. Podemos debatir y llegar a conclusiones porque la película lo permite. Por otra parte, no me gusta decirlo porque parece que uno escriba sobre los demás con un aire de altiva condescendencia, pero la dirección es funcional. Geoff Murphy no quiere gustarse. Va al grano. Pero es eficiente. Tiene garra y nervio. No hay sutiles movimientos de cámara, ni la fotografía es particularmente destacable, pero la escenificación del vacío es algo más que meramente funcional.

            La hora y media de duración me ha dejado como a Antonio Martínez Sarrión en su poema “el cine de los sábados”: con los ojos ardiendo como faros. En los ochenta nacieron grandes películas cienciaficcionescas que han ido creciendo con las décadas, como Regreso al futuro, Blade Runner, E.T. (aunque no sea el santo más grande de mi devoción), Los inmortales, Terminator, Cocoon, Depredador, Critters, RoboCop. En un texto de hace tiempo dije que las grandes películas setenteras habían eclipsado a las grandes películas setenteras. Me plagiaré un poco y diré ahora que las grandes películas de ciencia ficción han eclipsado a las grandes películas de ciencia ficción.


Posdata curiosa: Geoff Murphy, el director, se convirtió en ayudante de dirección de su compatriota Peter Jackson para la trilogía de El señor de los anillos. Espero que su nombre se recuerde por lo que hizo en los ochenta y no por ayudar a Jackson a cargarse su propia obra.

Comentarios

  1. ¿Sabías que estuve buscando durante años esta película? me quedó clavada esa imagen final a la edad de 10 años y me alegra que hayas hablado de ella. Grandes recuerdos.

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  2. Hola María! Qué alegría que me das. Uno escribe para que ocurra esto, la verdad. Yo descubrí esta película dos días antes de colgar el texto...

    Si la quieres revisitar, la tienes entera en YouTube. Sin cortes.

    Un saludo!

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