Relectura de Soldados de Salamina
Leí Soldados
de Salamina hace once años. El que considero que es el segundo mejor libro
de Javier Cercas tenía cosas que no supe ver.
En la primera parte vemos a un narrador
dubitativo, balbuceante; es el suyo un palpar a ciegas,
un narrador que, como dice Octavio Paz en “Piedra de sol”, prosigue sin cuerpo,
busca a tientas. Ha abandonado su carrera de escritor; está medio emparejado
con una estrafalaria (pero entrañable) pitonisa local después de que su mujer
le haya abandonado; su padre ha muerto y delante de él solo hay indecisión y proyectos
poco alentadores. Tiene ideas. Pero no muy buenas. Conoce gente por azar que se
convierte en acicate para su talento. Pero todo en él es duda y, en
el fondo, miedo. Su impulso creador es el reflejo de su vida.
La
primera parte de Soldados de Salamina
es, pues, el proceso de escritura con todos los quebraderos de cabeza que comporta.
Sus inseguridades son más fuertes que su vocación. Estamos ante el escritor
primerizo. Cede.
Con portada de Robert Capa, el Grande |
En la segunda, en cambio, su voz es un torrente
de decisión. La voz del narrador se arrecia, tiene un rumbo fijo y unas
directrices que le llevan, con una escritura vertiginosa, a contar la biografía
pintoresca de Sánchez Mazas –padre de Rafael Sánchez Ferlosio. Lo que ya estaba
implícito en la primera parte queda aquí explícitamente detallado al milímetro.
Una breve, pero completa, biografía intercalada. Los datos que nos ofrece no
son estrictamente necesarios para el lector, pero el capítulo (o parte) fluye
como una novela (intercalada) de aventuras, en medio de lo que él insiste en
llamar relato real. La gracia de esta segunda parte está en lo maravillosamente
innecesaria que es. Como digo, la información, aunque bien estructurada y fruto
evidente de muchas horas de trabajo, ya la conocíamos por las tentativas
narradoras del primer capítulo. Ahora, en cambio, la vemos expandida. Y narrada
con convicción y firmeza. La historia de los amigos del bosque, del fusilamiento fallido,
de su peripecia por los bosques fríos de Catalunya; todo esto ya está en la
primera parte. Lo que añade Cercas aquí es el detalle y la biografía. Adendas
innecesarias que funcionan como
la inclusión amistosa de un género en otro, como complemento trepidante.
Es el resultado del esfuerzo
anterior, la maduración del escritor. Ya no hay caos. Ya no es el proceso de escritura sino la escritura lograda. Ha encontrado lo que tenía que decir. Y el
entusiasmo por lo que está contando se percibe en cada frase. La velocidad de
su escritura aumenta en cada frase. Su convicción y su compromiso con lo
narrado quedan claros en cada frase. Que es capaz de escribir una historia
redonda lo vemos también muy claro en cada frase.
A estas alturas del libro solo falta una pieza
por conocer: la identidad del soldado que no mató al falangista. Veo en la
tercera y última parte del libro el contrapunto sentimental, ya puramente
fictivo, de la segunda. Miralles, el fascinador soldado perdido en un asilo
francés, cautiva por su historia. Así como en la segunda parte todo era, como
he dicho, fruto de una farragosa tarea de documentación, en la tercera todo es
fruto de la imaginación libre del autor. Es más: reconstruye una historia
(lejana) que le cuenta Bolaño. Los datos objetivos, contrastados, de la
segunda, son aquí retazos de algo que le ha contado alguien. En este sentido funciona como un díptico: la biografía real frente a la biografía inventada, ambas a manos de un autor que ya sabe que lo es. Ya es otro escritor. Otra
faceta del mismo escritor. Otra cara del poliedro. Se convierte aquí en un
narrador puro y decidido.
Vemos al escritor que se
infravalora. Al que sabe que es capaz de narrar una historia sin vacilar. Al
que sabe imaginar una historia y narrarla sin vacilar. Los tres escritores,
mezclando idiosincrasias y métodos de trabajo, mezclando ficción, historia y
autoficción (tenía que nombrarla), logran un libro que, entre otras cosas, es
también una escuela de escritura.
De Soldados de Salamina me gusta mucho, pero quizás, el rasgo más evidente es esa cosa tan fácil y difícil y que tienen solamente los grandes libros - incluso los de Cercas - que es hacer visible su magia sin renunciar ápice a su profundidad.
ResponderEliminarSoldados de Salamina hace accesible la escritura en marcha; no estamos ante las elaboraciones y juegos de, pongamos, Bartleby y Compañía, cuyo carácter juguetón nos es revelado al final.
El libro se escribe ante nuestros ojos, lo sabemos, lo vamos sabiendo, el último acto es quizás el único camino posible: la ficción, la especulación, la mentira.
Pero esa mentira no redime nada, ante el fracaso del periodismo - de todo el periodismo - Cercas propone una solución artística. Pero su carácter no es redentor. ¿Cómo redimir lo que nunca se sabrá? De ninguna manera; el escritor se marcha en el tren al final, de vuelta hacia algún lugar que no será, como tan bien dices en esta generosa relectura, la casa que algún día quiso y dejó.
Gracias por comentar, Pablo. Sí, la reflexión que hace Vila-Matas sobre la escritura en "Bartleby" es, yo diría, la cara opuesta de la que hace Cercas en "Soldados".
ResponderEliminarSaludos!