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Apuntes sobre Javier Calvo

Si ponemos sobre la mesa unas muestras anónimas de escritura de diez autores españoles nacidos en la década de los setenta, la prosa más fácil de identificar sería, para mí, la de Javier Calvo. Su ritmo acelerado, sus estilemas y sentido del humor, su frialdad pero también su calidez, su precisión léxica y su llamativa ausencia de comas, su variedad de registros, sus, en definitiva, pequeñas cositas identificativas se erguirían como luminiscentes señales de tráfico que, alarmantes, nos indicarían, de entre todas las muestras y sin duda alguna, cuál es la de Javier Calvo.

A diferencia de lo que ocurre con otros autores, no asistimos a un despliegue interminable de vocabulario desconocido: a Javier Calvo le bastan unas pocas, precisas y divertidas palabras para crear sus mundos. (De todos modos, en El sueño y el mito, colección de ensayos que acaba de publicar Aristas Martínez, vemos un alarde impresionante de vocabulario especializado, alejado del repertorio acotado de su narrativa, que contradice lo que acabo de decir). Tan identificativo es su estilo que se podría escribir sin darse cuenta a la manera de Javier Calvo. Pese a lo dicho, en ocasiones abusa de algunas fórmulas (como la pronominal –el mismo o -la misma), algo que ya destacó algún crítico (Ricardo Senabre), o, al menos en Mundo maravilloso, abusa por ejemplo del adverbio ‘inverosímilmente’, por cuanto todo es o todo parece ser 'inverosímilmente grande'. Insignificantes deslices aparte, pocas escrituras tienen una personalidad tan visible y vivaz como la suya.

Sus narradores. Socarrones, nos presentan a sus personajes con sorna, con tendencia a la burla hiriente. Un manto de ironía deformadora cubre a sus personajes. Sus defectos quedan siempre potenciados y sus conductas suelen ser las de esas personas que cruelmente llamamos pringaos o primos. Los narradores de Javier Calvo tienden (por suerte para nosotros) a la deformación caricaturesca, a veces grotesca, de los rasgos y las personalidades de sus personajes. Tiende el autor a crear personajes excéntricos, adorables en su pringadez, y tiene un talento inigualado para los personajes infantiles (un poco como Salinger), recreando la lógica infantil con todos sus recovecos. Pienso en el joven Álex Jardí del cuento “Crystal Palace”, de Los ríos perdidos de Londres, que más tarde reaparece puntualmente en Mundo maravilloso. O en la enigmática Valentina Parini también de Mundo maravilloso. O en algunos personajes de los cuentos de Risas enlatadas. O en el grupito de niños de Corona de flores. Nos lanza continuos asideros con esa retahíla de gestos idiosincrásicos para que podamos agarrar a sus personajes, tenerlos cerca y cobijarlos a todo color en nuestra memoria lectora.

El narrador de Javier Calvo es observador, siempre atento al detalle, al matiz diferenciador que profundiza el dibujo de sus personajes, sofisticando así, como no lo hacen los otros escritores de su generación, el cuadro general de sus historias. Conforma ese mosaico de manías y particularidades que solemos llamar personalidad. Con unas descripciones influidas por el cine, lo que en otros autores quedaría omitido por intrascendente o irrelevante, en Javier Calvo adquiere la cualidad de decisivo. Que un personaje fume de una manera o de otra, se siente de una manera o de otra o las expresiones faciales que inconsciente haga mientras dibuja, es algo que marca la diferencia en los narradores de Javier Calvo; ayuda a que los conozcamos más y mejor, pero no solo eso: pareciera que hace tantos años que los conocemos que ya nos hacen partícipes de su comportamiento privado. No hace falta imaginarlos porque los estamos viendo. Esa tenaz inclinación por el pequeño detalle hace que los sintamos más cercanos. Que se nos abran (como un libro). Que nos sintamos morbosos voyeurs por un día.

Calvo también hace un uso muy particular de los dos puntos. Los convierte en un juego. Consigue dotar a este signo de un significado nuevo, siempre fresco y sorprendente: sabemos, cuando lo vemos en la página, que lo que seguirá no será la enumeración habitual, sino un destello original, imprevisible. Un hallazgo que no requiere del uso de los dos puntos pero que, al presentarse de esta forma, adquiere un carácter lúdico y original, humorístico. Algo tan corriente como los dos puntos se vuelve un rasgo de estilo que diferencia a Calvo como prosista del resto de contemporáneos.  

Con sentido del humor y un saber hacer impresionante, anticipándose desactiva o desarticula los estereotipos, los lugares comunes y los tópicos más manidos en los que incurre. Al mencionar un gesto o una actitud prefabricada por el imaginario colectivo, los señala irónicamente, cambiándolos de significado. Sus narradores dejan un reguero de convenciones evisceradas. Javier Calvo, como Whitman, siempre va un paso adelante, y nos espera.

Comentarios

  1. Sugiero añadas la etiqueta "humeantes, hediondas tifitas calvescas", harto apropiada.

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