Mira, ahí tienes tu pasado
Yo diría que el thriller es uno de esos géneros que gustan a todo
el mundo. Así que, cuando aparece uno que sobresale, que destaca por su
capacidad de encogernos el estómago y de encandilar
nuestra mirada, porque no se arruga ante planos abiertos o tomas largas y lentas, todos nos
alegramos y la recomendamos con especial motivación. Si la película es excelente, como La isla mínima,
de Alberto Rodríguez, buscamos todo lo que se haya escrito sobre ella
porque necesitamos saber lo que han dicho los demás, ver si coinciden nuestras
apreciaciones y para ver si los demás están tan encantados como nosotros. Creo que es así, más o menos, como funciona la cosa. Esta vez he seguido estas indicaciones porque los disparos del
tramo final me han recordado a los disparos misteriosos de Volverás a Región,
de Juan Benet. Bueno, pues he tenido poco éxito buscando apoyo en esta apreciación. Qué le vamos a hacer.
Los colores que dominan la película son unos ocres muy años setenta,
unos colores deslucidos y arcillosos como las aguas del Guadalquivir. La
fotografía y los planos cenitales consiguen unos efectos raros de ver en
nuestro cine: la sensación de vastedad, de inmensas llanuras pantanosas (o no),
abrasadas por el sol o matizadas por la luz del amanecer. Nos va adentrando así en un mundo que ya de por sí es hostil. En este sentido la película recuerda a esa maravilla que es La presa, de Walter Hill.
Mezcla Alberto Rodríguez los planos fijos y un ritmo apaciguado con los planos
cenitales, que empequeñecen y contextualizan al ser humano en ese mundo diminuto y de nervadura retorcida, intencionadamente oculta. Y combina los montajes rápidos
cuando los necesita –como en la primera intervención de Jesús Castro en el
coche-, con una de las mejores persecuciones en coche que yo haya visto en
cualquiera de las películas rodadas por estos lares. (Nota: el cine español no es muy
ducho en persecuciones. Para ver la peor de todas solo tenemos que asomarnos a
Torrente 3: lo es con ganas. Las dos mejores las he visto recientemente: en El
niño, de Daniel Monzón, con esa espectacular persecución en el mar nocturno, entre la
zodiac y el helicóptero, y ahora en esta Isla mínima, una lúgubre persecución también nocturna que, aunque breve, pone los nervios de punta).
Resumen: en un pueblo innominado del sur desaparecen en 1980 dos chicas, dos niñas inocentes. La investigación policial destapa tramas oscuras y descubre una tradición de desapariciones y tráfico de drogas muy convenientemente disimulada por los interesados del pueblo.
Resumen: en un pueblo innominado del sur desaparecen en 1980 dos chicas, dos niñas inocentes. La investigación policial destapa tramas oscuras y descubre una tradición de desapariciones y tráfico de drogas muy convenientemente disimulada por los interesados del pueblo.
La película recuerda, pero creo que supera, a El séptimo día del
gran Carlos Saura. Por ese microcosmos rural. Por la aridez del terreno y el
embrutecimiento moral que retratan. Vemos también en La isla mínima un momento
bisagra en la historia de España. Lo vemos simbolizado en la pareja
protagonista. El (no tan) viejo semi-inquisidor de la policía política
franquista, y el joven detective que intenta apartarse de las viejas costumbres
predemocráticas. Ambos personajes interpretados con una naturalidad muy cercana y muy creíble por Javier Gutiérrez y Raúl Arévalo, respectivamente.
Muchos han visto en la frase final de la película –la pregunta
¿Todo en orden?- la clave reveladora de la lectura política de la misma. La veo
ahí, sí. Pero la veo con más sutileza en la actitud de Javier Gutiérrez
respecto a la huelga de trabajadores. Un antiguo torturador vocacional, un antiguo
franquista, bronco e indolente, celebra una victoria democrática y a nadie le
sorprende y nadie dice nada, tan sutil y eficiente, tan subrepticio y calculado ha sido su cambio de
chaqueta. Es una pequeña imagen a escala del gran cambio de chaqueta que se dio
en todo el país, en esos años.
Yo nací sin el gen del patriotismo. No tengo raigambre
alguna y creo que himnos y banderas son parte de un sentimiento ilusorio (como decía Bakunin), y nada de ello me convence. Pero
igualmente tengo que decirlo: si de thrillers atmosféricos va la cosa, antes,
mucho antes y con más intensidad recomiendo La isla mínima que True Detective.
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