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La familia, destruida (Parte 2)

El veinticinco de octubre de 2011 subí un texto al blog llamado "La familia, destruida". Esta es la segunda parte de ese texto, del que se podrían escribir un sinfín de secuelas, claro. En aquel texto hablaba de un cuento muy corto de Raymond Carver y de la colorida serie Futurama. Esta secuela va de películas de robos y atracos.

Hay películas de atracos como Testigo silencioso, de desarrollo imprevisible; o como Drive, que cambia o afina el lenguaje visual dominante en estas películas; o como Reservoir dogs, que, como dije, es una película de atracos sin atraco; o como Atraco perfecto, que es redonda (porque es de Kubrick); o como Tarde de perros, de Sidney Lumet, donde al fin entendemos qué es lo que puede inducirnos a atracar un banco; o como nuestra La estanquera de Vallecas, que al atraco hay que añadirle los toquecitos reanimadores de la comedia y a una Maribel Verdú no excesivamente vestida. Por ello, gracias, Eloy de la Iglesia.

Todas estas tienen sus cositas destacables, sus aportaciones diferenciadoras. La última de Lumet, Antes que el diablo sepa que has muerto, como película de atracos, está bien. Muy bien. Tiene saltos en el tiempo que narran desde distintos puntos de vista la evolución del atraco, para que todo encaje como armónicas piezas de puzzle, la dirección es enérgica, vibrante, y la sobria puesta en escena coadyuva a resaltar uno de los mayores talentos de Lumet: la dirección de sus actores y actrices. No en vano viene, o vino hace ya unas cuantas décadas, de la televisión y del teatro. Philip Seymour Hoffman y Ethan Hawke se salen, y el peso de la película lo sobrellevan ellos, en sus hombros. Paulatinamente trepidante, como thriller.
La proposición

Pero donde verdaderamente destaca, donde esta película pega un puñetazo rabioso en la mesa y lo rompe todo sin importarle nada, es en la arrasadora vivisección que hace del núcleo familiar. Al principio, claro, puede no parecerlo. Puede parecer que estamos ante un Lumet que siente nostalgia por el cine de los setenta. Pero poco a poco vemos cómo crece la película hasta convertirse en algo mucho más atroz que un simple y muy manido drama familiar, hasta que vemos lo escalofriantes que son las migajas intrascendentes a las que queda reducido el núcleo familiar que, por otra parte y ya hacia el final, vemos que nunca, en ningún momento, fue idílico, modélico, ni remotamente feliz. Ahí es donde está el triunfo doloroso de esta película.

En el punto de mira de esta película no está la joyería sino nuestra idea romántica de la familia. 

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