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Otro Dante es guiado por otra selva oscura

La portada es una maravilla



Más conocido por Gremlins o El chip prodigioso, Joe Dante llegó al cine bajo la tutela de Roger Corman, en 1978, con Piranha. Claramente deudora de una película anterior, Piraña no se desmarca lo suficiente de Tiburón como para que nos olvidemos del referente. La película se sostiene por tres puntos: el frenesí vertiginoso de las pirañas cuando atacan a los bañistas, el sentido del humor, que aparece y desaparece, y el final, más abierto y polisémico que el de Tiburón.


Las escenas de los ataques, como podemos ver, grosso modo, en la imagen de la derecha, son seguramente lo más logrado de la película. Como espectadores es fácil entender el miedo que tienen los bañistas a las hordas de pirañas que les vienen buscando desde las profundidades. Me impresionó la calidad de esas escenas, la rapidez con que estaban rodadas, la tensión que generaban. Cantidades de pequeñas pero afiladas bocas vienen a por ti.

El sentido del humor es algo que no suele estar muy presente en películas de género (sea Piraña del género que sea). Si resumo alguna de las escenas más graciosas de la película perderán su gracia; prefiero resaltar lo creativo e importante que es el cruce de registros en una obra determinada. En esta, por ejemplo, vemos rasgos propios del terror, pero también del sentido del humor más blanco, que sirve para aligerar la tensión, claro, y de las películas de trama detectivesca. Es una mezcla enriquecedora.

Al contrario que la película de Spielberg, el final es una continuación de la historia, una carta blanca para que el espectador siga en su mente torturándose con las habilidades de las pirañas, con las posibilidades de matar que tendría el animal en el mar.

De todos modos, y hablando en plata, si sustituimos al gran tiburón blanco por una nube de pirañas, ya tenemos la película. La primera escena está calcada. La escena de los campistas atacados recuerda demasiado, quizá, a la escena en que el tiburón mata al niño, en la playa, en una de las primeras manifestaciones del poder del animal frente a la indefensión del hombre. Las autoridades en ambas películas son casi tan malas como los animales a batir. En Piraña hay un añadido: la agresividad psicopática de los peces se debe a experimentos científico-militares cuyos fines eran la destrucción paulatina del ejército enemigo en Vietnam, ya fuera la guerrilla del Sur (Viet-Cong) o el ejército del Norte (NVA). Los guiños a Tiburón -en la misma estructura del videojuego que está jugando la protagonista, al principio, pone Jaws (el juego consiste en que un tiburoncito tiene que ir matando cuantos más humanos, mejor)- y a Moby Dick -la chica leyendo el libro en la arena, aunque el detalle sea algo inverosímil- son el reconocimiento mínimo que se puede esperar, pero sigue siendo demasiado deudora, demasiado evidente su deuda.

El momento Herman Melville

El desvío que representa esta película con respecto a la original  es menos creativo que Tintorera, de René Cardona, película del mismo año y de origen mexicano. Cierto, en Tintorera sustituyen una raza de tiburón por otra, y Joe Dante cambia el animal por completo. Pero la esencia de la película, el núcleo duro es el mismo. Por lo demás, aunque no sea la mejor obra de su director, ni sea una gran película, ni se desvíe lo suficiente de su precursora como para tener una entidad propia, Piraña es una película veraniega que transcurre en alta mar, llena de sol y agüitas frescas y bañistas, y por lo tanto alegre e idónea para ver en estos fríos meses de otoño e invierno.

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